miércoles, 16 de marzo de 2011

Nota. Por Juan María Gutiérrez

Nota, por Juan María Gutiérrez
El artista contribuye al estudio de la sociedad cuando estampa en el lienzo una escena característica, que transportándonos al lugar y a la época en que pasó, nos hace creer que asistimos a ella y que vivimos con la vida de sus actores. Esta clase de páginas son escasas, y las pocas que existen se conservan como joyas, no sólo para su estudio del arte sino también de las costumbres cuyo verdadero conocimiento es el alma de la historia.
Nosotros, a medida que crecemos en edad como pueblo y adelantamos en cultura como sociedad, nos interesamos con mayor anhelo en conocer lo pasado y deseamos hallar testimonios a este respecto que guíen nuestro juicio. Pero este deseo no es fácil de satisfacer, tanto en la época antigua como en la reciente, porque no habiendo tenido arte ni literatura nacional, han desaparecido los tipos sociales tan fugazmente como huye el tiempo, sin que manos de observadores los hayan fijado ni con la escritura ni con los medios que proporcionan las bellas artes. La rica imaginación de Walter Scott, habría sido impotente para interesar a sus contemporáneos con escenas de la pintoresca edad media, si escritas en las crónicas, si pintadas en los museos, si talladas en piedra, no hubiera hallado las costumbres anglosajonas que proporcionan asuntos, movimiento y color a sus célebres novelas. Así como es imposible la restauración de un monumento derruido cuando sólo se conoce el lugar donde existía, es igualmente obra superior a la inteligencia humana, comprender los tiempos sin examinar sus vestigios. De manera que, cuando con relación a una época cualquiera de nuestra vida, tengamos la fortuna de encontrar un testigo, que vio o sintió por sí mismo, debemos apresurarnos a consignar el precioso testimonio que nos suministra para ilustrar con él las páginas hasta ahora pálidas de nuestra historia.
Estas páginas no fueron escritas para darse a la prensa tal cual salieron de la pluma que las trazó, como lo prueban la precipitación y el desnudo realismo con que están redactadas. Fueron trazadas con tal prisa que debieron exigirle al autor más tiempo que el que emplea un taquígrafo para estampar la palabra que escucha: nos parece verle en una situación semejante a la del pintor que abre su álbum para consignar en él con rasgos rápidos y generales, las escenas que le presenta una calle pública para componer más tarde un cuadro de costumbres en el reposo del taller.
Esos croquis, bosquejos, o como quiera llamárseles, tienen gran precio para los conocedores en las artes, por cuanto son como improvisaciones extemporáneas que permiten traslucir sin engaño la manera, el genio, y hasta el alma de quien les produjo. Por imperfectos que sean los lineamientos con que se revelan de este modo una personalidad o un ingenio, los estima en mucho el amigo de la originalidad y les prefiere a todo otro antecedente para fundar su juicio sobre las cualidades del artista.
Aparte, pues del valor histórico que tiene el presente trabajo, como lo notaremos más adelante, la circunstancia que acabamos de recomendar, le da en nuestro concepto, un mérito especial, en cuanto nos proporciona una oportunidad nueva para comprender mejor al autor de "La Cautiva" y del "Angel Caído", y para sorprenderle en los secretos de componer o de "artizar", como él diría. Los iniciados en este secreto del poeta, que él mismo no hubiera acertado a comunicar si lo hubiera intentado de propósito, saben que sus obras son el resultado de serias reflexiones, de ensayos comenzados y abandonados, de experimentaciones sobre la sociedad, sobre el individuo, de exámenes prolijos de su propia conciencia, de indagaciones pacientes acerca de los hechos que él mismo no había presenciado. Cuando rebosaba su paleta de colores apropiados a su idea y ésta se le presentaba clara y luminosa en su mente, entonces se entregaba a la labor con el ardimiento de un inspirado y en corto espacio de tiempo arrojaba de sí algunos de esos fragmentos que son partes aisladas de la vasta idea que había concebido su genio.
Como amigos del ilustre poeta y directores de la edición de sus obras completas, hemos tenido ocasión de examinar los papeles y borradores que dejó en gran cantidad y en sumo desorden, y podemos justificar lo que decíamos un momento antes con documentos fehacientes. El tipo de don Juan fue varias veces modelado por su autor bajo diversos nombres, y la disposición definitiva del poema en donde hace papel principal este personaje, es resultado de muchos ensayos y pruebas que arrojaba al fondo de su cartera cuando no respondían al relieve y a la perfección que aspiraba dar a su obra.
Hemos encontrado una interesante serie de estudios en forma de correspondencia epistolar, sobre la naturaleza del terreno, el paisaje y los habitantes de nuestras llanuras, que vemos utilizados más tarde en el poema de "La Cautiva", en el cual si el lector se siente impresionado por la solemne melancolía del conjunto, es a causa de la exquisita exactitud con que fueron observados los pormenores que sirven de fondo a los desventurados personajes de aquel drama del desierto.
Para fines que pueden comprender leyendo el poema "Avellaneda", dagarreotipó su autor el cuadro que exponemos hoy al público. La casualidad y la desgracia pusieron ante los ojos de Echeverría aquel lugar sui generis de nuestros suburbios donde se mataban las reses para el consumo del mercado, y a manera del anatómico que domina su sensibilidad delante del cadáver, se detuvo a contemplar las escenas que allí se representaban, teniendo el coraje de consignarlas por escrito para ofrecerlas alguna vez, con toda su fealdad, ante aquellos que están llamados a influir en la mejora de las costumbres. Conociendo de cerca los instintos y educación de aquella clase especial de hombres, entre quienes fue a buscar el tirano los instrumentos de su sistema de gobierno, pudo pintar con mano maestra los siniestros caracteres que tejen la traición en que cae la noble víctima de su citado poema.
Aquella cuadrilla famosa que se llamó "la mazorca", es hasta hoy mismo un curioso estudio, y aun hay quien pregunta ¿quiénes la compusieron? ¿De dónde salió armada del terror y la muerte? Después de la lectura del presente escrito quedarán absueltas estas dudas. El Matadero fue el campo de ensayo, la cuna y la escuela de aquellos gendarmes de cuchillo que sembraban de miedo y de luto todos los lugares hasta donde llegaba la influencia del mandatario irresponsable.
El poeta no estaba sereno cuando realizaba la obra de escribir esta elocuente página del proceso contra la tiranía. Si esta página hubiese caído en manos de Rosas, su autor habría desaparecido instantáneamente. El conocía bien el riesgo que corría; pero el temblor de la mano que se advierte en la imperfección de la escritura que casi no es legible en el manuscrito original, pudo ser más de ira que de miedo. Su indignación se manifiesta bajo la forma de la ironía. En una mirada rápida descubre las afinidades que tienen entre sí todas las idolatrías y todos los fanatismos, y comienza por las escenas a que dan lugar los ritos cuaresmales, para descender por una pendiente natural que los mismos hechos establecen, hasta los asesinatos oficiales que son la consecuencia del fanatismo político inoculado en conciencias supersticiosas.
Los colores de este cuadro son altos y rojizos; pero no exagerados porque sólo ellos remedan con propiedad la sangre, la lucha con el toro bravío, la pendencia cuerpo a cuerpo y el arma blanca, las jaurías de perros hambrientos, las bandadas de aves carnívoras, los grupos gárrulos de negras andrajosas, y el tumulto y la vocería de los carniceros insolentes. El tono subido de este cuadro ni siquiera se atenúa con la presencia del joven que aparece en él como víctima de su dignidad personal y de su cultura; porque lejos de amedrentarse y palidecer delante de sus verdugos, despliega toda la energía, toda la entereza moral, todo el valor fisico, que inspira en el hombre de corazón el sentimiento del honor ofendido.
La escena del "salvaje unitario" en poder del "Juez del Matadero" y de sus satélites, no es una invención sino una realidad que más de una vez se repitió en aquella época aciaga: lo único que en este cuadro pudiera haber de la inventiva del autor, sería la apreciación moral de la circunstancia, el lenguaje y la conducta de la víctima, la cual se produce y obra como lo habría hecho el noble poeta en situación análoga.
Este precioso boceto aparecería descolorido, si llevados de un respeto exagerado por la delicadeza del lector, suprimiéramos frases y palabras verdaderamente soeces proferidas por los autores en esta tragedia. Estas expresiones no son de aquellas cuyo ejemplo pudiera tentar a la imitación, por el contrario, hermanadas por el arte del autor, con el carácter de quienes las emplean, quedan más que nunca desterradas del comercio culto y honesto y anatemizadas para siempre.
No sabemos por qué ha habido cierta especie de repugnancia a confirmar de una manera permanente e histórica los rasgos populares de la dictadura. Hemos pasado por una verdadera época de terrorismo que infundió admiración y escándalo en América y Europa. Pero si se nos pidieran testimonios y justificativos escritos para dar autenticidad a los hechos que caracterizan aquella época, no podríamos presentarlos, ni siquiera narraciones metódicas y anecdóticas, a pesar de oírlas referir diariamente de boca de los testigos presenciales. Cuando estos dejen de existir estamos expuestos a que se crea que no hemos sido víctimas de un bárbaro exquisitamente cruel, sino de una pesadilla durante el sopor de una siesta de verano.
Los pueblos que por cualquier consideración se manifiestan indiferentes por su historia y dejan pasar los elementos de que ella se compone como pasan las hojas de otoño, sin que mano alguna las recoja, están condenados a carecer de fisonomía propia y a presentarse ante el mundo insulsos y descoloridos. Y si este olvido del cumplimiento de una obligación es resultado intencional de un falso amor patrio que silencia los errores y los crímenes, entonces es más de deplorarse, porque semejante manera de servir a la honra del país, más que una virtud es un delito que se paga caro, porque inhabilita para el ejemplo y para la corrección.
Echeverría no pensaba así, y creía que si la mano de un hombre no puede eclipsar al sol sino para sí mismo, el silencio de los contemporáneos no puede hacer que enmudezca la historia, y ya que forzosamente ha de hablar, que diga la verdad. Su escrito como va a verse es una página histórica, un cuadro de costumbres y una protesta que nos honra. (G.)