Éstas son las preguntas para el trabajo sobre mitología nórdica, y recuerden que una de éstas entrará en la prueba. Abajo está el resto de la información. ¡A trabajar!
1 ¿Cómo fueron los Inicios y la creación del mundo según los nórdicos?
2¿Cómo se creó la tierra?
3¿Cómo se crearon el sol y la luna?
4¿Cómo se creó al hombre y a la mujer?
5¿Cómo es la historia de Odín?
6¿Cómo es la historia de Thor?
7¿Cómo es la historia de Sif, la de los cabellos dorados?
8¿Cómo es la historia de Thor y Thrym?
9¿Cómo es la historia de Balder?
10¿Cómo es la historia de la muerte de Balder?
La Creación del Hombre y la Mujer.
Aunque los dioses habían diseñado desde el principio Midgard o Manaheim, como la morada del hombre, no existían seres humanos que lo habitaran todavía. Un día, Odín, Vili y Ve, según algunas autoridades en la materia, o bien Odín, Hoenir (el birollante) y Lodur o Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la orilla del mar, donde se encontraron o bien con dos árboles, el fresno (Ask) y el olmo (Embla) o con los dos
bloques de madera, tallados con toscas formas humanas. Los dioses contemplaron al principio la madera inerte con silencioso asombro. Después, percatándose del uso que se le podría dar, Odín dotó a estos troncos con almas, Hoenir les concedió el movimiento y los sentidos y Lodur contribuyó con sangre y una complexión saludable.
Dotados así con habla e intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les otorgó libertad para gobernar Midgard a su deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los dioses, recordando que habían sido ellos los que los habían dotado con vida, se interesaron especialmente en todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles
con frecuencia su ayuda y protección.
Odín. .
Odín, Wottan o Woden, era el más alto y más sagrado de los dioses de las razas nórdicas. Él era el espíritu omnipresente del universo, la personificación del aire, el dios de la sabiduría y la victoria universal, y el líder y protector de príncipes y héroes. Ya que se suponía que todos los dioses eran descendientes suyos, se le apellidó Alfather (padre de todo) y entre los más ancianos y principales de ellos, él ocupaba el asiento más elevado en Asgard. Conocido como Hlidskialf, este asiento no era sólo un trono elevado, sino también una torre de vigía, desde la cual él podía observar todo el mundo y ver de un solo vistazo todo lo que sucedía entre los dioses, gigantes, elfos, enanos y hombres.
Nadie, excepto Odín y su esposa y reina Frigg, tenían el privilegio de poder usar este asiento y cuando lo ocupaban solían mirar hacia el Sur y el Oeste, el objeto de todas las esperanzas y excursiones de las naciones del Norte. Odín era representado generalmente, como un hombre alto y vigoroso, de alrededor de cincuenta años y o bien con cabellos rizados y oscuros, o bien con una larga barba gris y cabeza calva. Estaba ataviado con vestiduras grises, con una capucha azul y su cuerpo musculoso estaba envuelto con un amplio manto azul salpicado de gris, un emblema del cielo con sus nubes. En su mano, Odín portaba generalmente la infalible lanza Gungnir, la cual era tan sagrada que un juramento realizado sobre su punta nunca podría ser roto y en su dedo o brazo llevaba el maravilloso anillo Draupnir, el emblema de la fertilidad, cuya belleza no tenía comparación. Cuando se sentaba sobre su trono, o se encontraba pertrechado para la batalla, en cuyo caso descendía hasta la Tierra para participar en ella, Odín llevaba su casco de águila. Sin embargo, cuando deambulaba tranquilamente sobre la tierra con apariencia humana, para ver lo que hacían los hombres, se ponía generalmente un sombrero de ala ancha, con el cual tapaba su frente para ocultar el
hecho de que sólo tenía un ojo.
Dos cuervos, Hugin (pensamiento) y Munin (memoria), se posaban sobre sus hombros cuando él se sentaba sobre su trono y les enviaba al ancho mundo cada mañana, esperando ansiosamente su regreso al anochecer, momento en el que ellos le susurraban al oído las noticias de cuanto habían visto y escuchado. De esta manera, se encontraba bien informado sobre todo lo que acontecía en la Tierra. A sus pies se acurrucaban dos lobos o sabuesos de caza. Geri y Freki, animales que eran sagrados para él y considerados de buen agüero cuando se cruzaban en el camino. Odín siempre alimentaba a estos animales con sus propias manos, con carne que se servía delante de él. Él mismo no necesitaba ningún tipo de comida para su sustento y rara vez probaba nada excepto el hidromiel sagrado.
Cuando se sentaba ceremoniosamente sobre su trono, Odín descansaba sus pies sobre un banquillo de oro, obra de los dioses, cuyo mobiliario entero y utensilios estaban siempre hechos de tal metal precioso o de plata.
Además del magnífico Glasheim, donde se encontraban los doce asientos que ocupaban los dioses cuando se reunían en asamblea, y Valaskialf, donde se encontraba su trono, Hlidskialf, Odín poseía un tercer palacio en Asgard, situado en medio de la maravillosa arboleda Glasir, cuyas relucientes hojas eran de oro rojo.
Thor
Según algunos mitólogos, Thor o Donner (Donar) es el hijo de Jörd (Erda, la Tierra) y de Odín, pero otros afirman que su madre era Frigg, la reina de los dioses. De niño destacó por su gran tamaño y fuerza y, muy poco después de su nacimiento, sorprendió a la asamblea de los dioses levantando y arrojando juguetonamente diez grandes fardos de pieles de oso. Aunque era por lo general de carácter afable, Thor incurría a veces en una cólera terrible y como en esas ocasiones era muy peligroso, su madre, incapaz de
controlarle, lo enviaba lejos de su hogar y confiaba su cuidado a Vingnir (el alado) y a Hlora (calor). Estos padres adoptivos, que eran también considerados como la personificación de los relámpagos difusos, pronto lograron controlarle y le criaron tan sabiamente que los dioses guardaron un recuerdo muy agradecido de sus amables servicios. El mismo Thor, consciente de todo lo que se les debía, asumió los nombres de Vingthor y Hlorridi, por los que también se le conoce.
Una vez hubo alcanzado su pleno crecimiento y la edad de la sensatez, Thor fue admitido en Asgard entre el resto de los dioses, donde pasó a ocupar uno de los doce sillones de la gran sala de los juicios. También se le concedió el reino de Thrudvang o Thrudheim, donde construyó un maravilloso palacio llamado Bilskirnir (relámpago), le más espacioso de todo Asgard. Poseía quinientas cuarenta habitaciones para el alojo de
los esclavos, que tras su muerte eran bienvenidos a su hogar, donde recibían el mismo trato que sus señores en Valhalla, pues Thor era el dios patrono de los campesinos y las clases bajas.
Ya que era el dios del trueno, Thor era el único al que nunca se le permitía pasar sobre el maravilloso puente Bifröst, temiendo que lo quemara con el calor de su presencia. Cuando deseaba unirse a sus compañeros los dioses en el manantial Urdar, bajo la sombra del árbol sagrado Yggdrasil, se veía forzado a llegar hasta allí a pie, vadeando los ríos Kormt y Ormt, y los dos arroyos Kerlaug, hasta llegar al lugar de la cita.
Thor, que era venerado como el dios más importante en Noruega, fue el segundo en la triología del resto de las naciones y fue llamado "viejo Thor", pues se suponía, según algunos mitólogos, que pertenecía a una antigua dinastía de dioses, sin tener en cuenta su edad actual, pues era representado y descrito como un hombre en su plenitud, alto y bien formado, con miembros musculosos y cabellos y barba rojos y erizados, de los cuales, en momentos de rabia, saltaban chispas.
Las razas nórdicas le engalanaron posteriormente con una corona, en cada una de cuyas puntas se encontraba o bien una estrella resplandeciente, o bien una llama ardiendo constantemente, por lo que su cabeza se encontraba siempre rodeada de una especie de halo de fuego, su propio elemento.
El Martillo de Thor.
Thor era el orgulloso propietario de un martillo mágico llamado Mjöllnir (el aplastador), que arrojaba a sus enemigos, los gigantes de hielo, con poder destructivo, y que poseía la maravillosa propiedad de regresar siempre a su mano, sin importar lo lejos que lo hubiese lanzado. Ya que este enorme martillo, emblema de los truenos, estaba por lo general incandescente, el dios poseía un guantelete de hierro llamado Iarngreiper, que le permitía agarrarlo firmemente. Él era capaz de arrojar a Mjöllnir hasta una gran distancia y su fuerza, que siempre era formidable, se multiplicaba por dos cuando se ponía su cinturón mágico, llamado Megingjörd.
El martillo de Thor era considerado tan sagrado pro la antigua gente del Norte que ellos solían hacer la señal del martillo, al igual que los cristianos les enseñaron posteriormente a hacer la de la cruz, para ahuyentar las influencias malignas y asegurarse las bendiciones. La misma se hacía sobre el bebé recién nacido, cuando se le vertía el agua sobre su cabeza y se le daba un nombre. El martillo se usaba para clavar estacas limitadoras, constituyendo un sacrilegio el arrancarlas. Para santificar el umbral de una nueva casa, para solemnizar un matrimonio y, finalmente, jugaba un papel importante en la consagración de la pira funeraria sobre la que los cuerpos de los héroes, junto a sus armas y corceles y, en algunos casos, junto a sus esposas y sirvientes, eran quemadas.
En Suecia, Thor, como Odin, vestía supuestamente un sombrero de ala ancha, por lo que a las nubes de tormenta en ese país se conocen como el sombrero de Thor, un nombre que también se le dio a una de las principales montañas de Noruega. Se decía que el retumbar y el estruendo del trueno se debía al paso de su carro, pues entre los dioses sólo él no iba nunca a caballo, sino que caminaba o conducía un carro de bronce
tirado por dos chivos, Tanngniostr (agrietador de dientes) y Tanngrisnr (rechinador de dientes), de cuyos dientes y cascos saltaban constantemente las chispas.
Cuando el dios conducía así de lugar en lugar, se le llamaba Akuthor, o Thor el auriga. En el sur de Alemania, creyendo la gente que un solo carro de bronce no podía causar tanto estruendo, decía que el carro estaba cargado con cazuelas de cobre, que repiqueteaban y se golpeaban entre ellas.
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Sif, la de Cabellos Dorados.
Sif, esposa de Thor, estaba muy orgullosa de su espléndida cabellera dorada, que la cubría desde la cabeza a los pies como un brillante velo. También ella era el símbolo de la Tierra, pues se decía que su pelo representaba el césped largo o el grano dorado que cubría las tierras de cosecha del Norte. Thor estaba también muy orgulloso del hermoso cabello de su esposa. Por tanto, es de imaginar su consternación cuando se la encontró una mañana tan calva y carente de ornatos como la tierra cuando el grano ha sido recogido y no quedan más que rastrojos. En su furia, Thor se alzó sobre sus pies y juró que castigaría al que hubiese cometido tal atrocidad, del que inmediata y correctamente conjeturó que era Loki, el malicioso y conspirador; que siempre estaba a la busca de algún acto malvado que cometer. Tras coger su martillo, Thor se fue en busca de Loki, el cual intentó evadir al airado dios cambiando de forma. Pero fue inútil, pues Thor le alcanzó pronto, cogiéndole por el cuello y casi estrangulándole, antes de ceder ante sus súplicas y soltarlo. Cuando recuperó el aliento, Loki imploró el perdón, pero sus ruegos fueron en vano, hasta que prometió procurarle a Sif una nueva cabellera, tan bella como la primera y tan profusa en longitud.
Sólo entonces dejó Thor marchar al traidor. Loki reptó por las entrañas de la tierra, donde se encontraba Svartalfaheim, para suplicarle al enano Dvalin que le fabricara no sólo la preciosa cabellera, sino también un regalo para Odín y Frey, cuya furia deseaba aplacar.
Su petición fue recibida favorablemente y el enano fabricó la lanza Gungnir, que nunca erraba su objetivo y el barco Skidbladgar, el cual, arrastrado siempre por vientos favorables, podía navegar por el aire al igual que por el agua, además de poseer la propiedad mágica de, aunque contendiendo a los dioses y a todos sus corceles, poderse doblar hasta alcanzar un tamaño tan diminuto que cabía en un bolsillo. Finalmente,
hilvanó una bellísima hebra de oro, de la que fabricó la cabellera requerida para Sif, declarando que tan pronto como tocara su cabeza, crecería rápidamente desde allí como si fuera su propio pelo.
Loki estuvo tan satisfecho con tales pruebas de la habilidad de los enanos, que declaró que el hijo de Ivald era el más diestro de entre todos los herreros, palabras que Brock, otro enano, acertó a oír, tras lo cual exclamó que estaba seguro de que su hermano Sindri podría producir tres objetos que sobrepasarían aquellos que Loki sostenía, no sólo en valor intrínseco, sino también en sus propiedades mágicas. Loki retó
inmediatamente al enano para que demostrara su habilidad, apostando su cabeza contra la de Brock como garantía.
Sindri, informado de la apuesta, aceptó la oferta de Brock de soplar el fuego con el fuelle, advirtiéndole, sin embargo, de que él debería trabajar persistentemente y sin un momento de descanso, si quería que tuviese éxito. Procedió a calentar algo de oro, tras lo cual salió a apalabrar el favor de los poderes ocultos. Durante su ausencia, Brock trabajó con el fuelle diligentemente, mientras que Loki, con la intención de hacerle parar, se transformó en un tábano y picó cruelmente su mano. A pesar del dolor, el enano siguió con su labor y cuando Sindri regresó, sacó del fuego un enorme jabalí salvaje, llamado Gullinbursti, debido a sus cerdas doradas, que tenía el poder de emitir luz mientras cruzaba los cielos, pues era capaz de viajar a través del aire con increíble velocidad.
Con su primer trabajo concluido satisfactoriamente, Sindri echó un poco más de oro al fuego y le pidió a su hermano que siguiera soplando, mientras él volvía a salir para asegurarse la asistencia mágica. Esta vez, Loki, aún disfrazado de tábano, picó al enano en su mejilla. A pesar del dolor, el enano siguió trabajando, y cuando Sindri regresó, sacó triunfante de entre las llamas el anillo mágico Draupnir, el emblema de la
fertilidad, del que caían ocho anillos similares cada novena noche.
Ahora echó a las llamas un trozo de hierro y con renovada precaución, para no frustrar su éxito por el descuido, Sindri salió, dejando a Brock soplando el fuego como antes. Loki se encontraba desesperado y se preparó para un intento final. Esta vez, todavía con la forma de un tábano, picó al enano por encima del ojo, hasta que la sangre comenzó a emanar tan abundantemente que le impidió ver lo que estaba haciendo. Alzando rápidamente su mano por un segundo, Brock se limpió la sangre; pero a pesar de lo corta que había sido la interrupción, provocó daños irreparables y cuando Sindri extrajo su obra del fuego, emitió una exclamación de decepción, pues el martillo que había fabricado era corto de mango.
A pesar del contratiempo, Brock estuvo seguro de ganar la apuesta y no dudó en presentarse ante los dioses en Asgard, donde le entregó a Odín el anillo Draupnir, a Frey el jabalí Gullinbursti y a Thor el martillo Mjöllnir, a cuyo poder nadie podía hacer frente.
A su vez, Loki entregó a Odín la lanza Gungir, el barco Skidbladnir a Frey y la cabellera dorada a Thor. Pero, a pesar de que ésta creció inmediatamente sobre la cabeza de Sif, declarando todos que era más bella de lo que sus propios bucles lo habían sido jamás, los dioses decretaron que Brock había ganado la apuesta, debido a que el martillo Mjöllnir, en manos de Thor, sería de gran valor en la última lucha contra los gigantes de hielo.
Para salvar su cabeza, Loki huyó precipitadamente. Sin embargo, fue alcanzado por Thor, que lo trajo de vuelta y se lo entregó a Brock, diciéndole que aunque la cabeza de Loki era suya por derecho, no debería tocar su cuello. Impedido de acometer su venganza, el enano decidió castigar a Loki cosiendo sus labios juntos y, ya que su espada no los atravesaba, tomó prestada la lezna de su hermano para tal propósito. Sin
embargo, Loki, tras soportar las burlas de los dioses en silencio durante un corto período de tiempo, se las ingenió para cortar el hilo y pronto volvió a ser tan locuaz como siempre.
A pesar de su formidable martillo, Thor no era temido como el perjudicial dios de la tormenta, que destruía tranquilas casas y arruinaba las cosechas con repentinas tormentas de granizo y estallidos de nubes. Los nórdicos creían que lo arrojaba sólo contra los gigantes de hielo y las murallas de piedra, reduciendo éstas a polvo para fertilizar la tierra y hacer que produjera gran abundancia de frutos para los labradores.
En Alemania, donde las tormentas del Este son siempre frías y destructoras, mientras que en el Oeste acarreaba consigo lluvias cálidas y tiempos suaves, se suponía que Thor viajaba siempre de Oeste a Este, para luchar contra los espíritus malignos que de buena gana habrían envuelto el país con impenetrables velos de niebla y lo hubieran cubierto con cadenas de hielo.
Por supuesto, ya que el martillo de Thor siempre le había sido de gran ayuda, constituía la más preciada de sus posesiones y su consternación fue inmensa cuando se despertó un día y se encontró con que ya no estaba allí. Su grito de furia y decepción pronto atrajo a Loki a su lado, declarando que, si los gigantes llegaban a oírlo, pronto intentarían asaltar Asgard y destruir a los dioses.
Thor y Thrym.
Loki declaró que intentaría descubrir al ladrón y recuperar el martillo, si Freya le dejaba sus plumas de halcón, tras lo que se dirigió inmediatamente a Folkvang para tomarlas prestadas. Su misión tuvo éxito y con la forma de un pájaro emprendió su vuelo sobre el río Ifing y sobre las áridas extensiones de Jötunheim, donde sospechó que encontraría al ladrón. Allí divisó a Thrym, príncipe de los gigantes de hielo y dios de la destructiva tormenta de trueno, sentado solo en al ladera de una colina. Interrogándole astutamente,
pronto averiguó que había robado el martillo y que lo había enterrado muy profundamente bajo tierra. Además, descubrió que había pocas esperanzas de recuperarlo, a menos que se le trajera a Freya ataviada como una novia.
Indignado ante la presunción del gigante, Loki regresó a Thrudvang, pero Thor declaró que sería mejor visitar a Freya y tratar de convencerla para que se sacrificara por el bien de todos. Sin embargo, cuando los Ases le contaron a la diosa de la belleza lo que deseaban que hiciera, experimentó tal acceso de cólera que incluso su collar reventó. Ella les contó que nunca abandonaría a su esposo por ningún otro dios, pero mucho menos para desposarse con un detestable gigante y vivir en Jötunheim, donde todo era
extremadamente monótono y donde pronto moriría por la nostalgia de los campos verdes y los prados florecidos, en los que adoraba pasear. Viendo que las persuasivas adicionales serían inútiles, Loki y Thor regresaron a casa y allí deliberaron sobre otro plan para recuperar el martillo.
Por consejo de Heimdall, Thor tomó prestados y se puso los atavíos de Freya, junto a su collar, y se cubrió a sí mismo con un grueso velo. Loki, tras vestirse como una criada, montó con él en su carro tirado por chivos y la extrañamente vestida pareja se dirigió a Jötunheim, donde pretendían desempeñar los papeles respectivos de diosa y asistenta.
Thrym dio la bienvenida a sus invitados en la entrada del palacio, encantado ante la idea de asegurarse la indiscutible posesión de la diosa de la belleza, por la que había suspirado durante tanto tiempo en vano. Les condujo rápidamente hasta la sala de banquetes, donde Thor, la prometida electa, devoró un buey, ocho enormes salmones y todas las tartas y dulces suministradas para las mujeres, regando las diversas viandas
con el contenido de dos barriles de aguamiel.
El gigante prometido observó estas hazañas gastronómicas con asombro, después de lo cual Loki, para tranquilizarle, le susurró confidencialmente al oído que la novia estaba tan enamorada de él que no había sido capaz de probar bocado durante más de ocho días. Thrym intentó entonces besar a su prometida, pero retrocedió horrorizado ante el fuego de su mirada, que Loki explicó como la mirada ardiente del amor. La hermana del gigante que reclamaba los acostumbrados regalos, fue ignorada, por lo que Loki volvió
a susurrarle al perplejo Thrym que el amor volvía a la gente distraída. Embriagado por la pasión y el aguamiel, que también él había bebido en grandes cantidades, el novio ordenó a sus sirvientes que presentaran el martillo sagrado para consagrar el matrimonio cuya ceremonia acababa de iniciarse. Tan pronto como lo trajeron, él mismo lo colocó sobre el pretendido regazo de Freya. Al siguiente momento, una poderosa mano se cerró sobre el corto mango y, pronto, el gigante, su hermana y todos los invitados fueron
muertos por el terrible Thor.
Dejando una pila humeante de ruinas detrás de ellos, los dioses condujeron rápidamente de vuelta hasta Asgard, donde le devolvieron a Freya los atavíos y el collar prestado. Para gran alivio de Thor y los dioses, se regocijaron por haber podido recuperar el precioso martillo. Cuando Odín contempló aquella parte de Jötunheim desde su trono Hlidskialf, vio las ruinas cubiertas por brotes aún verdes, pues Thor, tras derrotar a su enemigo, había hecho toma de posesión de sus tierras, que en lo sucesivo dejarían de permanecer áridas y desoladas para crecer en ellas fruta en abundancia.
Balder, el más Amado.
De Odín y Frigg, se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter y aspecto físico como era posible que lo fueran dos niños. Hodur, dios de la oscuridad, era sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado, la cual se suponía que simbolizaba; mientras que su hermano Balder, el bello, era venerado como el dios puro y radiante de la inocencia y la luz. De su frente blanca y cabellos dorados parecían irradiar rayos de Sol que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era igualmente amado.
El joven Balder alcanzó su mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido muy pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en el palacio de Breidablik, cuyo techo de plata descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada que fuese vulgar o impuro se le permitía su presencia dentro de sus recintos, y allí vivía en perfecta armonía junto a su joven esposa Nanna (flor), la hija de Nip (brote), una bella y encantadora diosa.
El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de las runas, que estaban escritas en su lengua; él conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de las cuales, la camomila, era llamada "la frente de Balder", porque era tan inmaculadamente pura como esa parte de su rostro. La única cosa oculta ante los radiantes ojos de Balder era la percepción de su propio destino.
El Sueño de Balder.
Ya que era tan natural que Balder el hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses comenzaron a darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad invadió su rostro y sus pasos se volvieron pesados y lentos. Odín y Frigg, percatándose del evidente abatimiento de su amado hijo, le rogaron con ternura que les revelara la causa de su tristeza. Balder fue cediendo finalmente a sus anhelantes ruegos, confesó que sus sueños, en vez de ser tranquilos y reparadores como antaño, se habían visto extrañamente alterados por oscuras y opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía recordarlas cuando se despertaba, le perseguían constantemente con una vaga sensación de miedo.
Cuando Odín y Frigg oyeron esto, se sintieron muy desasosegados, aunque prometieron que nada dañaría a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que también ellos se habían visto asaltados por extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer que la vida de Balder estaba seriamente amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el peligro.
Frigg envió a sus sirvientes en todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales, piedras, de hecho, toda cosa animada o inanimada, que pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño alguno a Balder. Toda la creación hizo enseguida su juramento, ya que no existía nada sobre la tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron hasta Frigg,
informándole que todos habían jurado debidamente, excepto el muérdago que crecía sobre el tronco del roble a las puertas del Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa tan inofensiva e insignificante que no había nada que temer.
Frigg reanudó entonces su hilado con gran alegría, ya que estaba segura de que nada podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de todo.
La Profecía de la Vala.
Odín, mientras tanto, había decidido consultar con una de las profetisas o valas muertas. Montado sobre su corcel de ocho patas Sleipnir, cabalgó a través del palpitante puente Bifröst y por el accidentado camino que conduce a Gjallar y la entrada de Niflheim, donde, tras dejar atrás a Helgate y el perro Garm, penetró en la oscura morada de Hel. Odín vio, para su sorpresa, que un festín se estaba preparando en este oscuro reino y que los divanes habían sido cubiertos con tapices y anillos de oro, como si se esperara a algún importante invitado. Pero él siguió corriendo sin descanso, hasta que llegó hasta el lugar donde la vala había descansado sin ser perturbada durante muchos años, tras lo que comenzó a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que tenían el poder de revivir a los muertos.
La tumba se abrió súbitamente y su profetisa se incorporó lentamente, preguntando quién había osado interrumpir su sueño. Odín, que no deseaba que supiera que él era el poderoso padre de dioses y hombres, respondió que era Vegtam, hijo de Valtam, y que la había despertado para informarse sobre el personaje para el que Hel estaba sacando sus divanes y preparando un banquete festivo. Con voz sepulcral, la profetisa confirmó todos sus temores contándole que el invitado al que esperaban era Balder, que estaba
destinado a ser muerto por Hodur, su hermano, el dios ciego de la oscuridad.
A pesar de la evidente reticencia de la vala para seguir hablando, Odín no quedó aún satisfecho y le exigió que le dijera quién vengaría al dios asesinado y daría cuenta de su asesino. La venganza y la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las razas nórdicas. Entonces la profetisa le relató como Rossthiof había ya pronosticado que Rinda, la diosa tierra, tendría un hijo de Odín y que Vali, como se llamaría el niño, no se lavaría el rostro ni se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en Hodur la muerte de Balder.
Una vez hubo dicho esto la reacia vala, Odín preguntó: "¿Quién rehusará llorar la muerte de Balder?". Esta imprudente pregunta demostró un conocimiento del futuro que ningún mortal podía poseer, lo cual le reveló inmediatamente a la vala la indentidad de su visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra más, volvió a hundirse en el silencio de la tumba, declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla
de nuevo hasta que llegara el fin del mundo.
Tras enterarse de los designios de Orlog (destino), que él sabía que no podían ser anulados, volvió a montar en su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que su amado hijo dejara de ser visto en las moradas celestiales, y cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por siempre.
Al entrar en Gladsheim, sin embargo, Odín se vio algo tranquilizado por las noticias, rápidamente comunicadas por Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el Sol habían prometido que no dañarían a Balder y, sintiéndose convencido de que si nada iba a matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando a los dioses y a los hombres con su presencia, dejó a un lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del festín.
Los Juegos de los Dioses.
El campo de recreo de los dioses estaba situado en las verdes llanuras de Ida, y tenía el nombre de Idavold. Allí se trasladaban los dioses cuando estaban de buen humor y su juego favorito era el de lanzar sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad. Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado pasatiempo con entusiasmo redoblado desde que Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la nube que había oprimido
sus espíritus. Sin embargo, cansados al final de este juego, pensaron en idear otro.
Habían averiguado que ningún proyectil podía dañar a Balder, por lo que se entretuvieron lanzándole toda clase de armas, piedras, etc., con la certeza de que no importaba cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no dañarle, errarían su objetivo o caerían cortos de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan fascinante que pronto todos los dioses se congregaron alrededor de Balder, recibiendo cada nuevo fallo en acertarle con prolongadas risas.
La Muerte de Balder.
Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de Frigg, quien se encontraba hilvanando sentada en Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante de su morada, le pidió que se detuviera y que le contara qué estaban haciendo los dioses para provocar tanto jolgorio. La anciana no era otra que Loki disfrazado, quien respondió que los dioses estaban lanzando contra Balder piedras y otros proyectiles, embotados y afilados,
mientras que éste permanecía entre ellos sonriente e ileso, retándoles a que le acertaran.
La diosa sonrió y reanudó su labor, diciendo que era bastante natural que nada pudiera dañar a Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del cual él era su símbolo, y habían jurado solemnemente no dañarle. Loki, la personificación del fuego, se disgustó mucho al oír esto, ya que estaba celoso de Balder, el Sol, que le había eclipsado por completo y era amado por todos, mientras que a él se le temía y se le evitaba todo lo
posible. Pero él ocultó astutamente su irritación y le preguntó a Frigg si estaba segura de que todos los objetos se habían unido al convenio.
Ella respondió orgullosa que había obtenido el solemne juramento de todas las cosas, excepto el de un pequeño e inofensivo parásito, el muérdago, que crecía en el roble cerca de las puertas del Valhalla y era demasiado pequeño e insignificante como para ser temido. Esta información era todo lo que Loki quería saber y, tras despedirse de Frigg, se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del alcance de su vista, recuperó su forma habitual y el muérdago que Frigg había mencionado. Entonces, con sus artes mágicas le confirió al parásito un tamaño y una dureza bastante fuera de lo común. Del tallo de madera así obtenido fabricó diestramente una flecha con la que regresó corriendo hasta Idavold, donde los dioses aún le estaban lanzando proyectiles a Balder, estando mientras tanto únicamente Hodur apoyado tristemente contra un árbol, sin participar en el juego. Loki se aproximó a la ligera hasta el dios ciego y, fingiendo interés, le preguntó a cerca de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le prevenían de participar en el juego. En respuestas a estas afirmaciones, Hodur alegó que sólo su ceguera le impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando Loki puso la flecha de muérdago en su mano y lo guió hacia el centro del círculo, indicándole la dirección de la insólita diana, Hodur disparó su flecha enérgicamente. Pero para su consternación, en vez de las sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de horror atravesó sus oídos, pues Balder el hermoso había caído al suelo, atravesado por el fatal muérdago.
Con terrible preocupación se reunieron los dioses alrededor de su querido compañero, pero su vida había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir al dios Sol caído fueron inútiles. Desconsolados por su pérdida, se volvieron furiosos hacia Hodur, a quien hubieran matado allí mismo de no haber sido refrenados por la ley de los dioses, que impedía que ningún acto deliberado de violencia profanara sus lugares sagrados. El sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez a las diosas hasta el terrible lugar, y cuando Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó vehementemente a los dioses que fueran hasta Niflheim para implorarle a Hel que liberara a su víctima, ya que la tierra no podría existir felizmente sin él.
La Condición por la Liberación de Balder.
En vano le informó Hermod a su hermano que había venido para rescatarlo. Balder negó triste con la cabeza, diciendo que sabía que debía permanecer en su lúgubre morada hasta la llegada del Último Día, pero le imploró a Hermod que se llevara con él a Nanna, pues el hogar de las sombras no era lugar para una criatura tan bella y brillante. Pero cuando Nanna escuchó esta petición, se aferró más al lado de su esposo, jurando que nada lograría separarla de él y que permanecería por siempre a su lado, incluso en Niflheim.
La noche de agotó con la conversación, antes de que Hermod buscara a Hel para implorarle que liberara a Balder. La hosca diosa escuchó en silencio su petición, declarando finalmente que permitiría a su víctima marcharse a condición de que todas las cosas animadas e inanimadas mostraran su pesar por su pérdida derramando lágrimas. Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la Naturaleza lamentaba la pérdida de Balder y seguramente no había nada en toda la creación que fuera a negar el tributo de una lágrima. Por tanto, Hermod salió feliz del oscuro reino de Hel, llevándose con él el anillo Draupnir, que Balder le devolvía a su padre, una alfombra bordada de Nanna a Frigg y un anillo para Fulla.
El Regreso de Hermod.
Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente alrededor de Hermod cuando éste regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los regalos, los Ases enviaron heraldos a todas las partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e inanimadas que lloraran la muerte de Balder.
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los heraldos y a su paso caían las lágrimas de todas las plantas y árboles, por lo que el suelo se vio saturado de humedad y los metales y piedras, a pesar de sus duros corazones, lloraron también.
De camino de vuelta finalmente hacia Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una oscura cueva a un giganta de nombre Thok, que algunos mitólogos supusieron que era Loki disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una lágrima, se burló de los heraldos e, introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva, declaró que ninguna lágrima caería de sus ojos y que a ella poco le importaba que Hel retuviera a su presa por siempre.
Tan pronto como los mensajeros llegaron a Asgard, los dioses se congregaron a su alrededor para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros, iluminados con la alegría de la anticipación, se oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una criatura había rehusado al tributo de las lágrimas, por lo que no podrían tener nunca más a Balder en Asgard.
Vali el Vengador.
Los decretos del destino aún no habían sido del todo consumados, y el acto final de la tragedia será brevemente resumido.
Vali el Vengador, como fue llamado, hijo de Odín y de Rinda, entró en Asgard el día de su nacimiento y aquel mismo día dio muerte a Hodur con una flecha de un haz que al parecer había acarreado para ese propósito. Así, el asesino de Balder, a pesar de que había sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con su sangre, según el código de los verdaderos nórdicos.
El Culto a Balder.
Uno de los más importantes festivales se celebraba en el solsticio de verano, o día de San Juan, en honor a Balder el bondadoso, ya que era considerado el aniversario de su muerte y de su descendencia al inframundo. En ese día, el más largo del año, la gente se congregaba en el exterior, hacía grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las latitudes nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes de volver a elevarse en un nuevo amanecer. Desde el solsticio, los días se iban haciendo gradualmente más cortos y los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el solsticio de invierno, que se conocía como la "noche Madre", ya que era la noche más larga del año. El solsticio de verano, una vez celebrado en honor a Balder, se llama ahora día de San Juan, tras haber suplantado ese santo de la tradición cristiana a Balder.
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