martes, 19 de abril de 2011

La Teogonía de Hesíodo

Hesíodo – La Teogornía. (Siglo VII A.C.)
¡Salud, hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los tos sempiternos Inmortales, los que nacieron de Gea y del estrellado Urano, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los que crió el salobre Ponto. Decid también cómo nacieron al comienzo los dioses, la tierra, los ríos, el ilimitado ponto de agitadas olas y, allí arriba, los relucientes astros y el anchuroso cielo. Y los descendientes de aquéllos, los dioses dadores de bienes, cómo se repartieron la riqueza, cómo se dividieron los honores y cómo además, por primera vez, habitaron el muy abrupto Olimpo. Inspiradme esto, Musas que desde un principio habitáis las mansiones olímpicas, y decidme lo que de ello fue primero.

En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, Cosmogonía sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.

Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche a su vez nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.

Hijos de Gea y Urano

Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas corrientes, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemósine, a Febe de áurea corona y a la amable Tetis. Después de ellos nació el más joven, Cronos, de mente retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio hacia su padre.

Dio a luz además a los Cíclopes de soberbio espíritu, a Brontes, a Estéropes y al violento Arges, que regalaron a Zeus el trueno y le fabricaron el rayo. Éstos en lo demás eran semejantes a los dioses, [pero en medio de su frente había un solo ojo]. Cíclopes era su nombre por eponimia, ya que, efectivamente, un solo ojo completamente redondo se hallaba en su frente. El vigor, la fuerza y los recursos presidían sus actos.

También de Gea y Urano nacieron otros tres hijos enormes y violentos cuyo nombre no debe pronunciarse: Coto, Briareo y Giges, monstruosos engendros. Cien brazos informes salían agitadamente de sus hombros y a cada uno le nacían cincuenta cabezas de los hombros, sobre robustos miembros. Una fuerza terriblemente poderosa se albergaba en su enorme cuerpo.

Mito de la castración de Urano

Pues bien, cuantos nacieron de Gea y Urano, los hijos más terribles, estaban irritados con su padre desde siempre. Y cada vez que alguno de ellos estaba a punto de nacer, Urano los retenía a todos ocultos en el seno de Gea sin dejarles salir a la luz y se gozaba cínicamente con su malvada acción.

La monstruosa Gea, a punto de reventar, se quejaba en su interior y urdió una cruel artimaña. Produciendo al punto un tipo de brillante acero, forjó una enorme hoz y luego explicó el plan a sus hijos. Armada de valor dijo afligida en su corazón:

«¡Hijos míos y de soberbio padre! Si queréis seguir mis instrucciones, podremos vengar el cruel ultraje de vuestro padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones.»

Así habló y lógicamente un temor los dominó a todos y ninguno de ellos se atrevió a hablar. Mas el poderoso Cronos, de mente retorcida, armado de valor, al punto respondió con estas palabras a su prudente madre:

«Madre, yo podría, lo prometo, realizar dicha empresa, ya que no siento piedad por nuestro abominable padre; pues él fue el primero en maquinar odiosas acciones.»

Así habló. La monstruosa Gea se alegró mucho en su corazón y le apostó secretamente en emboscada. Puso en sus manos una hoz de agudos dientes y disimuló perfectamente la trampa.

Vino el poderoso Urano conduciendo la noche, se echó sobre la tierra ansioso de amor y se extendió por todas partes. El hijo, saliendo de su escondite, logró alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz, enorme y de afilados dientes, y apresuradamente segó los genitales de su padre y luego los arrojó a la ventura por detrás.

No en vano escaparon aquéllos de su mano. Pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al completarse un año, dio a luz a las poderosas Erinias, a los altos Gigantes de resplandecientes armas, que sostienen en su mano largas lanzas, y a las Ninfas que llaman Melias sobre la tierra ilimitada. En cuanto a los genitales, desde el preciso instante en que los cercenó con el acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto, fueron luego llevados por el Piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella.

Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre rodeada de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y hombres, porque nació en medio de la espuma, y también Citerea, porque se dirigió a Citera. Ciprogénea, porque nació en Chipre de muchas olas, y Filomédea, porque surgió de los genitales.

La acompañó Eros y la siguió el bello Hímero al principio cuando nació, y luego en su marcha hacia la tribu de los dioses. Y estas atribuciones posee desde el comienzo y ha recibido como lote entre los hombres y dioses inmortales: las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura.

A estos dioses su padre, el poderoso Urano, les dio el nombre de Titanes aplicando tal insulto a los hijos que él mismo engendró. Decía que en su intento, con temeraria insensatez habían cometido un acto terrible por el que luego tendrían justo castigo.

Hijos de Rea y Cronos

Rea, entregada a Cronos, tuvo famosos hijos: Histia, Deméter, Hera de áureas sandalias, el poderoso Hades que reside bajo la tierra con implacable corazón, el resonante Ennosigeo y el prudente Zeus, padre de dioses y hombres, por cuyo trueno tiembla la anchurosa tierra.

A los primeros se los tragó el poderoso Cronos según iban viniendo a sus rodillas desde el sagrado vientre de su madre, conduciéndose así para que ningún otro de los ilustres descendientes de Urano tuviera dignidad real entre los Inmortales. Pues sabía por Gea y el estrellado Urano que era su destino sucumbir a manos de su propio hijo, por poderoso que fuera, víctima de los planes del gran Zeus. Por ello no tenía descuidada la vigilancia, sino que, siempre al acecho, se iba tragando a sus hijos; y Rea sufría terriblemente.

Pero cuando ya estaba a punto de dar a luz a Zeus, padre de dioses y hombres, entonces suplicó en seguida a sus padres, los de ella, Gea y el estrellado Urano, que le ayudaran a urdir un plan para tener ocultamente el parto de su hijo y vengar las Erinias de su padre y de los hijos que se tragó el poderoso Cronos de mente retorcida.

Aquéllos escucharon atentamente a su hija y la obedecieron; la pusieron ambos al corriente de cuanto estaba decretado que ocurriera respecto al rey Cronos y a su intrépido hijo, y la enviaron a Licto, a un rico pueblo de Creta, cuando ya estaba a punto de parir al más joven de sus hijos, el poderoso Zeus. A éste le recogió la monstruosa Gea para criarlo y cuidarlo en la espaciosa Creta.

Allí se dirigió, llevándole, al amparo de la rápida negra noche, en primer lugar, a Licto. Le cogió en sus brazos y le ocultó en una profunda gruta, bajo las entrañas de la divina tierra, en el monte Egeo de densa arboleda. Y envolviendo en pañales una enorme piedra, la puso en manos del gran soberano Uránida, rey de los primeros dioses. Aquél la agarró entonces con sus manos y la introdujo en su estómago, ¡desgraciado! No advirtió en su corazón que, a cambio de la piedra, se le quedaba para el futuro su invencible e imperturbable hijo, que pronto, venciéndole con su fuerza y sus propias manos, iba a privarle de su dignidad y a reinar entre los Inmortales.

Rápidamente crecieron luego el vigor y los hermosos miembros del soberano. Y al cabo de un año echó fuera de nuevo su prole el poderoso Cronos de mente retorcida, engañado por las hábiles indicaciones de Gea, vencido por la habilidad y fuerza de su hijo. Primero vomitó la piedra, última cosa que se tragó; y Zeus la clavó sobre la anchurosa tierra, en la sacratisima Pito, en los valles del pie del Parnaso, monumento para la posteridad, maravilla para los hombres mortales.

Libró a sus tíos paternos de sus dolorosas cadenas, a los Uránidas Brontes, Estéropes y el vigoroso Arges, a los que insensatamente encadenó su padre; aquéllos le guardaron gratitud por sus beneficios y le regalaron el trueno, el llameante rayo y el relámpago; antes los tenía ocultos la enorme Gea, y con ellos seguro gobierna a mortales e inmortales.

Hijos de Jápeto y de Climene

Jápeto se llevó a la joven Climene, Oceánide de bellos tobillos y subió a su mismo lecho. Ésta le dio un hijo, el intrépido Atlas, y parió al muy ilustre Menetio, al mañoso y astuto Prometeo y al torpe Epimeteo, que fue desde un principio siempre ruina para los hombres que se alimentan de pan. Pues él por primera vez aceptó una joven mujer modelada por Zeus.

Al violento Menetio, Zeus de amplia mirada le hundió en el Érebo, alcanzándole con el ardiente rayo, por su insolencia y desmedida audacia.

Atlas sostiene el vasto cielo a causa de una imperiosa fatalidad allá en los confines de la tierra, a la entrada del país de las Hespérides de fina voz, apoyándolo en su cabeza e infatigables brazos; pues esta suerte le asigné como lote el prudente Zeus.

A Prometeo abundante en recursos le ató con irrompibles ligaduras, dolorosas cadenas, que metió a través de una columna y lanzó sobre él su águila de amplias alas. Ésta le comía el hígado inmortal y aquél durante la noche crecía por todas partes en la misma proporción que durante el día devoraba el ave de amplias alas. La mató Heracles, ilustre hijo de Alcmena de bellos tobillos y libró de su horrible tormento al Japetónida, dando fin a sus inquietudes no sin el consentimiento de Zeus Olímpico que reina en las alturas, sino para que la fama de Heracles, nacido en Tebas, fuera mayor todavía que antes sobre la tierra fecunda.
Por estos anhelos favorecía a su muy ilustre hijo y, aunque irritado, calmó la cólera que antes tenía desde que Prometeo combatió la voluntad del muy poderoso Crónida.

Mito de Prometeo

Ocurrió que cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo presentó un enorme buey que había dividido con ánimo resuelto, pensando engañar la inteligencia de Zeus. Puso, de un lado, en la piel, la carne y ricas vísceras con la grasa, ocultándolas en el vientre del buey. De otro, recogiendo los blancos huesos del buey con falaz astucia, los disimuló cubriéndolos de brillante grasa.

Entonces se dirigió a él el padre de hombres y dioses:
«¡Japetónida, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, cuán parcialmente hiciste el reparto de lotes!»

Así habló en tono de burla Zeus, conocedor de inmortales designios. Le respondió el astuto Prometeo con una leve sonrisa y no ocultó su falaz astucia:

¡Zeus, el más ilustre y poderoso de los dioses sempiternos! Escoge de ellos el que en tu pecho te dicte el corazón.»

Habló ciertamente con falsos pensamientos. Y Zeus, sabedor de inmortales designios, conoció y no ignoró el engaño; pero estaba proyectando en su corazón desgracias para los hombres mortales e iba a darles cumplimiento.

Cogió con ambas manos la blanca grasa. Se irritó en sus entrañas y la cólera le alcanzó el corazón cuando vio los blancos huesos del buey a causa de la falaz astucia. Desde entonces sobre la tierra las tribus de hombres queman para los Inmortales los blancos huesos cuando se hacen sacrificios en los altares. Y a aquél díjole Zeus amontonador de nubes, terriblemente indignado:

«¡Hijo de Jápeto, conocedor de los designios sobre todas las cosas, amigo mío, ciertamente no estabas olvidándote ya de tu falaz astucia!»

Así dijo lleno de cólera Zeus, conocedor de inmortales designios. Y desde entonces siempre tuvo luego presente este engaño y no dio la infatigable llama del fuego a los fresnos a los hombres mortales que habitan sobre la tierra. Pero le burló el sagaz hijo de Jápeto escondiendo el brillo que se ve de lejos del infatigable fuego en una hueca cañaheja.

Entonces hirió de nuevo el alma de Zeus altitonante y le irritó su corazón cuando vio entre los hombres el brillo que se ve de lejos del fuego. Y al punto, a cambio del fuego, preparó un mal para los hombres:

Modeló de tierra el ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella, por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la adornó con vestido de resplandeciente blancura; la cubrió desde la cabeza con un velo, maravilla verlo, bordado con sus propias manos; y con deliciosas coronas de fresca hierba trenzada con flores, rodeó sus sienes Palas Atenea. En su cabeza colocó una diadema de oro que él mismo cinceló con sus manos, el ilustre Patizambo, por agradar a su padre Zeus. En ella había artísticamente labrados, maravilla verlos, numerosos monstruos, cuantos terribles cría el continente y el mar; de ellos grabé muchos aquél, y en todos se respiraba su arte, admirables, cual seres vivos dotados de voz. Luego que preparó el bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban los demás dioses y los hombres, engalanada con los adornos de la diosa de ojos glaucos, hija de poderoso padre; y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres. Pues de ella desciende la estirpe de femeninas mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad.

Como cuando en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos, siempre ocupados en miserables tareas —aquéllas durante todo el día hasta la puesta del sol diariamente se afanan y hacen blancos panales de miel, mientras ellos aguardando dentro, en los recubiertos panales, recogen en su vientre el esfuerzo ajeno—, así también desgracia para los hombres mortales hizo Zeus altitonante a las mujeres, siempre ocupadas en perniciosas tareas.

Otro mal les procuró a cambio de aquel bien: El que huyendo del matrimonio y las terribles acciones de las mujeres no quiere casarse y alcanza la funesta vejez sin nadie que le cuide, éste no vive falto de alimento; pero al morir, los parientes se reparten su hacienda. Y a quien, en cambio, le alcanza el destino del matrimonio y consigue tener una mujer sensata y adornada de recato, éste, durante toda la vida, el mal equipara constantemente al bien. Y quien encuentra una mujer desvergonzada, vive sin cesar con la angustia en su pecho, en su alma y en su corazón; y su mal es incurable.

De esta manera no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el Japetónida, el remediador Prometeo, logró librarse de su terrible cólera, sino que por la fuerza, aunque era muy astuto, le aprisionó una enorme cadena.

A Briareo, a Coto y a Giges, cuando en un principio su padre se irritó con ellos en su corazón, les ató con fuerte cadena receloso de su formidable vigor, así como de su belleza y estatura, y les hizo habitar  bajo la tierra, permanecieron en lugar remoto, en los confines de la ancha tierra, por largo tiempo, muy angustiados y con su corazón lleno de terrible dolor. Mas el Crónida y los demás dioses inmortales que concibió Rea de hermosos cabellos en abrazo con Cronos, de nuevo los condujeron a la luz según las indicaciones de Gea. Pues ésta les explicó con todo detalle que con su ayuda conseguirían la victoria y brillante fama.

Ya hacía tiempo que luchaban soportando dolorosas fatigas enfrentados unos contra otros a través de violentos combates, los dioses Titanes y los que nacieron de Cronos; aquéllos desde la cima del Otris, los ilustres Titanes, y éstos desde el Olimpo, los dioses dadores de bienes a los que parió Rea de hermosos cabellos acostada con Cronos.

Por entonces, enfrascados unos con otros en fatigosa lucha, llevaban ya combatiendo en conjunto más de diez años. Y no se veía solución de la dura contienda ni final a favor de unos o de otros, sino que el resultado de la guerra permanecía indeciso. Pero cuando Zeus ofreció a aquéllos todos los alimentos, néctar y ambrosia, que los propios dioses comen, creció en el pecho de todos ardorosa pasión, cuando probaron el néctar y la deliciosa ambrosía.


Entonces ya les habló el padre de hombres y dioses:

« ¡Escuchadme, ilustres hijos de Gea y Urano, para que os diga lo que me dicta el corazón en mi pecho! Por largo tiempo ya enfrentados unos con otros, luchamos todos los días por la victoria y el poder los dioses Titanes y los que nacimos de Cronos. Pero mostrad vosotros vuestra terrible fuerza e invencibles brazos contra los Titanes en funesta lucha, recordando nuestra dulce amistad y cómo después de tantos tormentos de nuevo entre inexorables cadenas vinisteis a la luz¡ ¡bajo dolorosa cadena por decisión nuestra saliendo de aquella oscura tiniebla!

Así dijo y al punto a su vez le respondió el intachable Coto:

«¡Divino! No nos descubres cosas ignoradas, sino que también nosotros sabemos cuán excelentes son tus pensamientos y tu inteligencia. Paladín fuiste para los Inmortales de una cruel contienda y por tu sabiduría regresamos de nuevo saliendo de aquella oscura tiniebla, ¡soberano hijo de Cronos!, después de sufrir desesperantes tormentos entre inexorables cadenas. Por ello también ahora, con corazón firme y resuelta decisión, defenderemos vuestro poder en terrible batalla luchando con los Titanes a través de violentos combates.»

Así habló. Aplaudieron los dioses dadores de bienes al escuchar sus palabras, y su espíritu anhelaba la guerra con más ansia todavía que antes. Provocaron aquel día una lucha terrible todos, hembras y varones, los dioses Titanes y los que nacieron de Cronos y aquellos a los que Zeus, sumergidos en el Érebo bajo la tierra, trajo a la luz, terribles, violentos y dotados de formidable vigor. Cien brazos salían agitadamente de sus hombros, para todos igual, y a cada uno cincuenta cabezas le nacían de los hombros, sobre robustos miembros.

Aquéllos entonces se enfrentaron a los Titanes en funesta lucha, con enormes rocas en sus robustas manos. Los Titanes, de otra parte, afirmaron sus filas resueltamente. Unos y otros exhibían el poder de sus brazos y de su fuerza. Terriblemente resonó el inmenso ponto y la tierra retumbó con gran estruendo el vasto cielo gimió estremecido y desde su raíz vibró el elevado Olimpo por el ímpetu de los Inmortales. La violenta sacudida de las pisadas llegó hasta el tenebroso Tártaro, así como el sordo ruido de la indescriptible refriega y de los violentos golpes. ¡De tal forma se lanzaban recíprocamente funestos dardos! La voz de unos y otros llamándose llegó hasta el estrellado cielo y aquéllos chocaron con enorme alaid.

Ya no contenía Zeus su furia, sino que ahora se inundaron al punto de cólera sus entrañas y exhibió toda su fuerza. Al mismo tiempo, desde el cielo y desde el Olimpo, lanzando sin cesar relámpagos, avanzaba sin detenerse; los rayos, junto con el trueno y el relámpago, volaban desde su poderosa mano, girando sin parar su sagrada llama.

Por todos lados resonaba la tierra portadora de vida envuelta en llamas y crujió con gran estruendo, envuelto en fuego, el inmenso bosque. Hervía la tierra toda y las corrientes del Océano y el estéril ponto. Una ardiente humareda envolvió a los Titanes nacidos del suelo y una inmensa llamarada alcanzó la atmósfera divina. Y cegó sus dos ojos, aunque eran muy fuertes, el centelleante brillo del rayo y del relámpago.

Un impresionante bochorno se apoderó del abismo y pareció verse ante los ojos y oírse con los oídos algo igual que cuando se acercaron Gea y el vasto Urano desde arriba. Pues tan gran estruendo se levantó cuando, tumbada ella, aquél se precipitó desde las alturas. ¡Tanto estruendo se produjo al chocar los dioses en combate!

Al mismo tiempo, los vientos expandían con estrépito la conmoción, el polvo, el trueno, el relámpago y el llameante rayo, armas del poderoso Zeus, y llevaban el griterío y el clamor en medio de ambos. Un estrépito impresionante se levantó, de terrible contienda; y saltaba a la vista la violencia de las acciones. Declinó la batalla; pero antes, atacándose mutuamente, luchaban sin cesar a través de violentos combates.

Entonces aquéllos, Coto, Briareo y Giges insaciable de lucha, en la vanguardia provocaron un violento combate. Trescientas rocas lanzaban sin respiro con sus poderosas manos y cubrieron por completo con estos proyectiles a los Titanes. Los enviaron bajo la anchutosa tierra y los ataron entre inexorables cadenas después de vencerlos con sus brazos, aunque eran audaces, tan hondos bajo la tierra como lejos está el cielo de la tierra; esa distancia hay desde la tierra hasta el tenebroso Tártaro - Pues un yunque de bronce que bajara desde el cielo durante nueve noches con sus días, al décimo llegan a la tierra [...] e igualmente un yunque de bronce que bajara desde la tierra durante nueve noches con sus días, al décimo llegaría al Tártaro. En torno a él se extiende un muro de bronce y una oscuridad de tres capas envuelve su entrada; encima además nacen las raíces de la tierra y del mar estéril. Allí los dioses Titanes bajo una oscura tiniebla están ocultos por voluntad de Zeus amontonador de nubes en una húmeda región al extremo de la monstruosa tierra; no tienen salida posible: Posidón los puso encima broncíneas puertas y una muralla les rodea de ambos lados. Allí habitan también Giges, Coto y el valiente Briareo, fieles guardianes de Zeus portador de la égida. Allí de la tierra sombría, del tenebroso Tártaro, del ponto estéril y del cielo estrellado están alineados los manantiales y términos hórridos y pútridos de todos, y hasta los dioses los maldicen. Enorme abismo: no se alcanzaría su fondo ni en todo un año completo, si antes fuera posible franquear sus puertas; sino que por aquí y por allá te arrastraría huracán ante huracán terrible. Horrendo, incluso para los dioses-inmortales, este prodigio.

También se encuentran allí las terribles mansiones de la oscura Noche cubiertas por negruzcos nubarrones. Delante de ellas, el hijo de Jápeto sostiene el ancho cielo, apoyándolo en su cabeza e infatigables brazos, sólidamente, allí donde la Noche y la Luz del día se acercan más y se saludan entre ellas pasando alternativamente el gran vestíbulo de bronce. Cuando una va a entrar, ya la otra está yendo hacia la puerta, y nunca el palacio acoge entre sus muros a ambas, sino que siempre una de ellas fuera del palacio da vueltas por la tierra y la otra espera en la morada hasta que llegue el momento de su viaje. Una ofrece a los seres de la tierra su luz penetrante; la otra les lleva en sus brazos el Sueño hermano de la Muerte, la funesta Noche, envuelta en densa niebla.

Allí tienen su casa los hijos de la oscura Noche, Hipnos y Tánato, terribles dioses; nunca el radiante Helios les alumbra con sus rayos al subir al cielo ni al bajar del cielo. Uno de ellos recorre tranquilamente la tierra y los anchos lomos del mar y es dulce para los hombres; el otro, en cambio, tiene de hierro el corazón y un alma implacable de bronce alberga en su pecho. Retiene al hombre que coge antes, y es odioso incluso para los inmortales dioses.

Allí delante se encuentran las resonantes mansiones del dios subterráneo, del poderoso Hades y la temible Perséfone; guarda su entrada un terrible perro, despiadado y que se vale de tretas malvadas: a los que entran les saluda alegremente con el rabo y ambas orejas al mismo tiempo, pero ya no les deja salir de nuevo, sino que, al acecho, se come al que coge a punto de franquear las puertas.

Allí reside una diosa maldita para los Inmortales, la terrible Estigia, hija mayor del Océano que refluye en sí mismo. Lejos de los dioses habita un espléndido palacio con techo de enormes rocas; por todas partes se encuentra apoyado sobre plateadas columnas que llegan hasta el cielo.

Raramente, la hija de Taumante, Iris rápida de pies, frecuenta este lugar volando por los anchos lomos del flar. Cuando una disputa o querella se suscita entre los Inmortales, por si alguno de los que habitan las mansiones olímpicas falta a la verdad, Zeus encarga a Iris que traiga de lejos el gran juramento de los dioses en un recipiente de oro, el agua helada de mucho renombre que fluye de un alto y escarpado peñasco.

En abundancia bajo la anchurosa tierra mana del río sagrado por la negra noche, brazo de Océano. Una décima parte al punto queda apartada; nueve, haciéndolas girar en plateados remolinos por la tierra y los anchos lomos del mar, las precipita en la salada superficie. Y ésta solamente brota de aquel peñasco, azote terrible para los dioses.

El que de los Inmortales que habitan las nevadas cumbres del Olimpo jura en vano vertiéndola, queda tendido sin respiración hasta que se cumple un año; y no puede acercarse a la ambrosía, el néctar ni alimento alguno, sino que yace, sin aliento y sin voz, en revestidos lechos y le cubre un horrible sopor. Luego, cuando termine esta terrible enfermedad al cabo de un año, otra prueba aún más dura sucede a aquélla: por nueve años está apartado de los dioses sempiternos y nunca puede asistir al Consejo ni a los banquetes durante esos nueve años; al décimo, otra vez participa en las asambleas de los Inmortales que habitan las mansiones olímpicas.

¡Tal juramento hicieron los dioses al agua imperecedera y antiquísima de la Estigia que atraviesa una región muy áspera! Allí de la tierra sombría, del tenebroso Tártaro, del ponto estéril y del cielo estrellado están alineados los manantiales y términos hórridos y pútridos de todos, y hasta los dioses los maldicen.

Allí hay relucientes puertas y un sólido broncíneo vestíbulo natural, asegurado con profundos cimientos. Delante, apartados de todos los dioses, viven los Titanes al otro lado del tenebroso abismo. Después, los ilustres servidores del muy resonante Zeus habitan palacios sobre las raíces del Océano, Coto y Giges; a Briareo, El Océano. A quien por su nobleza, le hizo su yerno el gravisonante Ennosigeo; le permitió desposar a su hija Cimopolea.

Luego que Zeus expulsó del cielo a los Titanes, la monstruosa Gea concibió su hijo más joven, Tifón, en abrazo amoroso con Tártaro preparado por la dorada Afrodita. Sus brazos se ocupaban en obras de fuerza e incansables eran los pies del violento dios. De sus hombros salían cien cabezas de serpiente, de terrible dragón, adardeando con sus negras lenguas. De los ojos existentes en las prodigiosas cabezas, bajo las cejas, el fuego lanzaba destellos y de todas sus cabezas brotaba ardiente fuego cuando miraba.

Tonos de voz había en aquellas terribles cabezas que dejaban salir un lenguaje variado y fantástico. Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de salvaje furia, otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las altas montañas. Y tal vez hubiera realizado una hazaña casi imposible aquel día y hubiera reinado entre mortales e inmortales, de no haber sido tan penetrante la inteligencia del padre de hombres y dioses. Tronó reciamente y con fuerza y por todas partes terriblemente resonó la tierra, el ancho cielo arriba, el ponto, las corrientes del Océano y los abismos de la tierra. Se tambaleaba el alto Olimpo bajo sus inmortales pies cuando se levantó el soberano y gemía lastimosamente la tierra.

Un ardiente bochorno se apoderó del ponto de azulados reflejos, producido por ambos y por el trueno, el relámpago, el fuego vomitado por el monstruo, los huracanados vientos y el fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar. Enormes olas se precipitaban sobre las costas por todo alrededor bajo el ímpetu de los Inmortales y se originó una conmoción infinita. Temblaba Hades, señor de los muertos que habitan bajo la tierra, y los Titanes que, sumergidos en el Tártaro, rodean a Cronos, a causa del incesante estruendo y la horrible batalla.

Zeus, después de concentrar toda su fuerza y coger sus armas, el trueno, el relámpago y el flameante rayo, le golpeó saltando desde el Olimpo y envolvió en llamas todas las prodigiosas cabezas del terrible monstruo. Luego que le venció fustigándole con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la monstruosa tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él cuando cayó entre los oscuros e inaccesibles barrancos de la montaña.

Gran parte de la monstruosa tierra ardía con terrible humareda y se fundía igual que el estaño cuando por arte de los hombres se calienta en el bien horadado crisol o el hierro que es mucho más resistente, cuando se le somete al calor del fuego en los barrancos de las montañas, se funde en el suelo divino por obra de Hefesto; así entonces se fundía la tierra con la llama del ardiente fuego. Y le hundió, irritado de corazón, en el ancho Tártaro.

jueves, 14 de abril de 2011

Mitos nórdicos, segunda parte

Éstas son las preguntas para el trabajo sobre mitología nórdica, y recuerden que una de éstas entrará en la prueba. Abajo está el resto de la información. ¡A trabajar!

1 ¿Cómo fueron los Inicios y la creación del mundo según los nórdicos?
2¿Cómo se creó la tierra?
3¿Cómo se crearon el sol y la luna?
4¿Cómo se creó al hombre y a la mujer?
5¿Cómo es la historia de Odín?
6¿Cómo es la historia de Thor?
7¿Cómo es la historia de Sif, la de los cabellos dorados?
8¿Cómo es la historia de Thor y Thrym?
9¿Cómo es la historia de Balder?
10¿Cómo es la historia de la muerte de Balder?

La Creación del Hombre y la Mujer.
Aunque los dioses habían diseñado desde el principio Midgard o Manaheim, como la morada del hombre, no existían seres humanos que lo habitaran todavía. Un día, Odín, Vili y Ve, según algunas autoridades en la materia, o bien Odín, Hoenir (el birollante) y Lodur o Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la orilla del mar, donde se encontraron o bien con dos árboles, el fresno (Ask) y el olmo (Embla) o con los dos
bloques de madera, tallados con toscas formas humanas. Los dioses contemplaron al principio la madera inerte con silencioso asombro. Después, percatándose del uso que se le podría dar, Odín dotó a estos troncos con almas, Hoenir les concedió el movimiento y los sentidos y Lodur contribuyó con sangre y una complexión saludable.
Dotados así con habla e intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les otorgó libertad para gobernar Midgard a su deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los dioses, recordando que habían sido ellos los que los habían dotado con vida, se interesaron especialmente en todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles
con frecuencia su ayuda y protección.


Odín. .
Odín, Wottan o Woden, era el más alto y más sagrado de los dioses de las razas nórdicas. Él era el espíritu omnipresente del universo, la personificación del aire, el dios de la sabiduría y la victoria universal, y el líder y protector de príncipes y héroes. Ya que se suponía que todos los dioses eran descendientes suyos, se le apellidó Alfather (padre de todo) y entre los más ancianos y principales de ellos, él ocupaba el asiento más elevado en Asgard. Conocido como Hlidskialf, este asiento no era sólo un trono elevado, sino también una torre de vigía, desde la cual él podía observar todo el mundo y ver de un solo vistazo todo lo que sucedía entre los dioses, gigantes, elfos, enanos y hombres.
Nadie, excepto Odín y su esposa y reina Frigg, tenían el privilegio de poder usar este asiento y cuando lo ocupaban solían mirar hacia el Sur y el Oeste, el objeto de todas las esperanzas y excursiones de las naciones del Norte. Odín era representado generalmente, como un hombre alto y vigoroso, de alrededor de cincuenta años y o bien con cabellos rizados y oscuros, o bien con una larga barba gris y cabeza calva. Estaba ataviado con vestiduras grises, con una capucha azul y su cuerpo musculoso estaba envuelto con un amplio manto azul salpicado de gris, un emblema del cielo con sus nubes. En su mano, Odín portaba generalmente la infalible lanza Gungnir, la cual era tan sagrada que un juramento realizado sobre su punta nunca podría ser roto y en su dedo o brazo llevaba el maravilloso anillo Draupnir, el emblema de la fertilidad, cuya belleza no tenía comparación. Cuando se sentaba sobre su trono, o se encontraba pertrechado para la batalla, en cuyo caso descendía hasta la Tierra para participar en ella, Odín llevaba su casco de águila. Sin embargo, cuando deambulaba tranquilamente sobre la tierra con apariencia humana, para ver lo que hacían los hombres, se ponía generalmente un sombrero de ala ancha, con el cual tapaba su frente para ocultar el
hecho de que sólo tenía un ojo.
Dos cuervos, Hugin (pensamiento) y Munin (memoria), se posaban sobre sus hombros cuando él se sentaba sobre su trono y les enviaba al ancho mundo cada mañana, esperando ansiosamente su regreso al anochecer, momento en el que ellos le susurraban al oído las noticias de cuanto habían visto y escuchado. De esta manera, se encontraba bien informado sobre todo lo que acontecía en la Tierra. A sus pies se acurrucaban dos lobos o sabuesos de caza. Geri y Freki, animales que eran sagrados para él y considerados de buen agüero cuando se cruzaban en el camino. Odín siempre alimentaba a estos animales con sus propias manos, con carne que se servía delante de él. Él mismo no necesitaba ningún tipo de comida para su sustento y rara vez probaba nada excepto el hidromiel sagrado.
Cuando se sentaba ceremoniosamente sobre su trono, Odín descansaba sus pies sobre un banquillo de oro, obra de los dioses, cuyo mobiliario entero y utensilios estaban siempre hechos de tal metal precioso o de plata.
Además del magnífico Glasheim, donde se encontraban los doce asientos que ocupaban los dioses cuando se reunían en asamblea, y Valaskialf, donde se encontraba su trono, Hlidskialf, Odín poseía un tercer palacio en Asgard, situado en medio de la maravillosa arboleda Glasir, cuyas relucientes hojas eran de oro rojo.

Thor
Según algunos mitólogos, Thor o Donner (Donar) es el hijo de Jörd (Erda, la Tierra) y de Odín, pero otros afirman que su madre era Frigg, la reina de los dioses. De niño destacó por su gran tamaño y fuerza y, muy poco después de su nacimiento, sorprendió a la asamblea de los dioses levantando y arrojando juguetonamente diez grandes fardos de pieles de oso. Aunque era por lo general de carácter afable, Thor incurría a veces en una cólera terrible y como en esas ocasiones era muy peligroso, su madre, incapaz de
controlarle, lo enviaba lejos de su hogar y confiaba su cuidado a Vingnir (el alado) y a Hlora (calor). Estos padres adoptivos, que eran también considerados como la personificación de los relámpagos difusos, pronto lograron controlarle y le criaron tan sabiamente que los dioses guardaron un recuerdo muy agradecido de sus amables servicios. El mismo Thor, consciente de todo lo que se les debía, asumió los nombres de Vingthor y Hlorridi, por los que también se le conoce.
Una vez hubo alcanzado su pleno crecimiento y la edad de la sensatez, Thor fue admitido en Asgard entre el resto de los dioses, donde pasó a ocupar uno de los doce sillones de la gran sala de los juicios. También se le concedió el reino de Thrudvang o Thrudheim, donde construyó un maravilloso palacio llamado Bilskirnir (relámpago), le más espacioso de todo Asgard. Poseía quinientas cuarenta habitaciones para el alojo de
los esclavos, que tras su muerte eran bienvenidos a su hogar, donde recibían el mismo trato que sus señores en Valhalla, pues Thor era el dios patrono de los campesinos y las clases bajas.
Ya que era el dios del trueno, Thor era el único al que nunca se le permitía pasar sobre el maravilloso puente Bifröst, temiendo que lo quemara con el calor de su presencia. Cuando deseaba unirse a sus compañeros los dioses en el manantial Urdar, bajo la sombra del árbol sagrado Yggdrasil, se veía forzado a llegar hasta allí a pie, vadeando los ríos Kormt y Ormt, y los dos arroyos Kerlaug, hasta llegar al lugar de la cita.
Thor, que era venerado como el dios más importante en Noruega, fue el segundo en la triología del resto de las naciones y fue llamado "viejo Thor", pues se suponía, según algunos mitólogos, que pertenecía a una antigua dinastía de dioses, sin tener en cuenta su edad actual, pues era representado y descrito como un hombre en su plenitud, alto y bien formado, con miembros musculosos y cabellos y barba rojos y erizados, de los cuales, en momentos de rabia, saltaban chispas.
Las razas nórdicas le engalanaron posteriormente con una corona, en cada una de cuyas puntas se encontraba o bien una estrella resplandeciente, o bien una llama ardiendo constantemente, por lo que su cabeza se encontraba siempre rodeada de una especie de halo de fuego, su propio elemento.

El Martillo de Thor.
Thor era el orgulloso propietario de un martillo mágico llamado Mjöllnir (el aplastador), que arrojaba a sus enemigos, los gigantes de hielo, con poder destructivo, y que poseía la maravillosa propiedad de regresar siempre a su mano, sin importar lo lejos que lo hubiese lanzado. Ya que este enorme martillo, emblema de los truenos, estaba por lo general incandescente, el dios poseía un guantelete de hierro llamado Iarngreiper, que le permitía agarrarlo firmemente. Él era capaz de arrojar a Mjöllnir hasta una gran distancia y su fuerza, que siempre era formidable, se multiplicaba por dos cuando se ponía su cinturón mágico, llamado Megingjörd.
El martillo de Thor era considerado tan sagrado pro la antigua gente del Norte que ellos solían hacer la señal del martillo, al igual que los cristianos les enseñaron posteriormente a hacer la de la cruz, para ahuyentar las influencias malignas y asegurarse las bendiciones. La misma se hacía sobre el bebé recién nacido, cuando se le vertía el agua sobre su cabeza y se le daba un nombre. El martillo se usaba para clavar estacas limitadoras, constituyendo un sacrilegio el arrancarlas. Para santificar el umbral de una nueva casa, para solemnizar un matrimonio y, finalmente, jugaba un papel importante en la consagración de la pira funeraria sobre la que los cuerpos de los héroes, junto a sus armas y corceles y, en algunos casos, junto a sus esposas y sirvientes, eran quemadas.
En Suecia, Thor, como Odin, vestía supuestamente un sombrero de ala ancha, por lo que a las nubes de tormenta en ese país se conocen como el sombrero de Thor, un nombre que también se le dio a una de las principales montañas de Noruega. Se decía que el retumbar y el estruendo del trueno se debía al paso de su carro, pues entre los dioses sólo él no iba nunca a caballo, sino que caminaba o conducía un carro de bronce
tirado por dos chivos, Tanngniostr (agrietador de dientes) y Tanngrisnr (rechinador de dientes), de cuyos dientes y cascos saltaban constantemente las chispas.
Cuando el dios conducía así de lugar en lugar, se le llamaba Akuthor, o Thor el auriga. En el sur de Alemania, creyendo la gente que un solo carro de bronce no podía causar tanto estruendo, decía que el carro estaba cargado con cazuelas de cobre, que repiqueteaban y se golpeaban entre ellas.
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Sif, la de Cabellos Dorados.
Sif, esposa de Thor, estaba muy orgullosa de su espléndida cabellera dorada, que la cubría desde la cabeza a los pies como un brillante velo. También ella era el símbolo de la Tierra, pues se decía que su pelo representaba el césped largo o el grano dorado que cubría las tierras de cosecha del Norte. Thor estaba también muy orgulloso del hermoso cabello de su esposa. Por tanto, es de imaginar su consternación cuando se la encontró una mañana tan calva y carente de ornatos como la tierra cuando el grano ha sido recogido y no quedan más que rastrojos. En su furia, Thor se alzó sobre sus pies y juró que castigaría al que hubiese cometido tal atrocidad, del que inmediata y correctamente conjeturó que era Loki, el malicioso y conspirador; que siempre estaba a la busca de algún acto malvado que cometer. Tras coger su martillo, Thor se fue en busca de Loki, el cual intentó evadir al airado dios cambiando de forma. Pero fue inútil, pues Thor le alcanzó pronto, cogiéndole por el cuello y casi estrangulándole, antes de ceder ante sus súplicas y soltarlo. Cuando recuperó el aliento, Loki imploró el perdón, pero sus ruegos fueron en vano, hasta que prometió procurarle a Sif una nueva cabellera, tan bella como la primera y tan profusa en longitud.
Sólo entonces dejó Thor marchar al traidor. Loki reptó por las entrañas de la tierra, donde se encontraba Svartalfaheim, para suplicarle al enano Dvalin que le fabricara no sólo la preciosa cabellera, sino también un regalo para Odín y Frey, cuya furia deseaba aplacar.
Su petición fue recibida favorablemente y el enano fabricó la lanza Gungnir, que nunca erraba su objetivo y el barco Skidbladgar, el cual, arrastrado siempre por vientos favorables, podía navegar por el aire al igual que por el agua, además de poseer la propiedad mágica de, aunque contendiendo a los dioses y a todos sus corceles, poderse doblar hasta alcanzar un tamaño tan diminuto que cabía en un bolsillo. Finalmente,
hilvanó una bellísima hebra de oro, de la que fabricó la cabellera requerida para Sif, declarando que tan pronto como tocara su cabeza, crecería rápidamente desde allí como si fuera su propio pelo.
Loki estuvo tan satisfecho con tales pruebas de la habilidad de los enanos, que declaró que el hijo de Ivald era el más diestro de entre todos los herreros, palabras que Brock, otro enano, acertó a oír, tras lo cual exclamó que estaba seguro de que su hermano Sindri podría producir tres objetos que sobrepasarían aquellos que Loki sostenía, no sólo en valor intrínseco, sino también en sus propiedades mágicas. Loki retó
inmediatamente al enano para que demostrara su habilidad, apostando su cabeza contra la de Brock como garantía.
Sindri, informado de la apuesta, aceptó la oferta de Brock de soplar el fuego con el fuelle, advirtiéndole, sin embargo, de que él debería trabajar persistentemente y sin un momento de descanso, si quería que tuviese éxito. Procedió a calentar algo de oro, tras lo cual salió a apalabrar el favor de los poderes ocultos. Durante su ausencia, Brock trabajó con el fuelle diligentemente, mientras que Loki, con la intención de hacerle parar, se transformó en un tábano y picó cruelmente su mano. A pesar del dolor, el enano siguió con su labor y cuando Sindri regresó, sacó del fuego un enorme jabalí salvaje, llamado Gullinbursti, debido a sus cerdas doradas, que tenía el poder de emitir luz mientras cruzaba los cielos, pues era capaz de viajar a través del aire con increíble velocidad.
Con su primer trabajo concluido satisfactoriamente, Sindri echó un poco más de oro al fuego y le pidió a su hermano que siguiera soplando, mientras él volvía a salir para asegurarse la asistencia mágica. Esta vez, Loki, aún disfrazado de tábano, picó al enano en su mejilla. A pesar del dolor, el enano siguió trabajando, y cuando Sindri regresó, sacó triunfante de entre las llamas el anillo mágico Draupnir, el emblema de la
fertilidad, del que caían ocho anillos similares cada novena noche.
Ahora echó a las llamas un trozo de hierro y con renovada precaución, para no frustrar su éxito por el descuido, Sindri salió, dejando a Brock soplando el fuego como antes.  Loki se encontraba desesperado y se preparó para un intento final. Esta vez, todavía con la forma de un tábano, picó al enano por encima del ojo, hasta que la sangre comenzó a emanar tan abundantemente que le impidió ver lo que estaba haciendo. Alzando rápidamente su mano por un segundo, Brock se limpió la sangre; pero a pesar de lo corta que había sido la interrupción, provocó daños irreparables y cuando Sindri extrajo su obra del fuego, emitió una exclamación de decepción, pues el martillo que había fabricado era corto de mango.
A pesar del contratiempo, Brock estuvo seguro de ganar la apuesta y no dudó en presentarse ante los dioses en Asgard, donde le entregó a Odín el anillo Draupnir, a Frey el jabalí Gullinbursti y a Thor el martillo Mjöllnir, a cuyo poder nadie podía hacer frente.
A su vez, Loki entregó a Odín la lanza Gungir, el barco Skidbladnir a Frey y la cabellera dorada a Thor. Pero, a pesar de que ésta creció inmediatamente sobre la cabeza de Sif, declarando todos que era más bella de lo que sus propios bucles lo habían sido jamás, los dioses decretaron que Brock había ganado la apuesta, debido a que el martillo Mjöllnir, en manos de Thor, sería de gran valor en la última lucha contra los gigantes de hielo.
Para salvar su cabeza, Loki huyó precipitadamente. Sin embargo, fue alcanzado por Thor, que lo trajo de vuelta y se lo entregó a Brock, diciéndole que aunque la cabeza de Loki era suya por derecho, no debería tocar su cuello. Impedido de acometer su venganza, el enano decidió castigar a Loki cosiendo sus labios juntos y, ya que su espada no los atravesaba, tomó prestada la lezna de su hermano para tal propósito. Sin
embargo, Loki, tras soportar las burlas de los dioses en silencio durante un corto período de tiempo, se las ingenió para cortar el hilo y pronto volvió a ser tan locuaz como siempre.
A pesar de su formidable martillo, Thor no era temido como el perjudicial dios de la tormenta, que destruía tranquilas casas y arruinaba las cosechas con repentinas tormentas de granizo y estallidos de nubes. Los nórdicos creían que lo arrojaba sólo contra los gigantes de hielo y las murallas de piedra, reduciendo éstas a polvo para fertilizar la tierra y hacer que produjera gran abundancia de frutos para los labradores.
En Alemania, donde las tormentas del Este son siempre frías y destructoras, mientras que en el Oeste acarreaba consigo lluvias cálidas y tiempos suaves, se suponía que Thor viajaba siempre de Oeste a Este, para luchar contra los espíritus malignos que de buena gana habrían envuelto el país con impenetrables velos de niebla y lo hubieran cubierto con cadenas de hielo.

Por supuesto, ya que el martillo de Thor siempre le había sido de gran ayuda, constituía la más preciada de sus posesiones y su consternación fue inmensa cuando se despertó un día y se encontró con que ya no estaba allí. Su grito de furia y decepción pronto atrajo a Loki a su lado, declarando que, si los gigantes llegaban a oírlo, pronto intentarían asaltar Asgard y destruir a los dioses.

Thor y Thrym.
Loki declaró que intentaría descubrir al ladrón y recuperar el martillo, si Freya le dejaba sus plumas de halcón, tras lo que se dirigió inmediatamente a Folkvang para tomarlas prestadas. Su misión tuvo éxito y con la forma de un pájaro emprendió su vuelo sobre el río Ifing y sobre las áridas extensiones de Jötunheim, donde sospechó que encontraría al ladrón. Allí divisó a Thrym, príncipe de los gigantes de hielo y dios de la destructiva tormenta de trueno, sentado solo en al ladera de una colina. Interrogándole astutamente,
pronto averiguó que había robado el martillo y que lo había enterrado muy profundamente bajo tierra. Además, descubrió que había pocas esperanzas de recuperarlo, a menos que se le trajera a Freya ataviada como una novia.
Indignado ante la presunción del gigante, Loki regresó a Thrudvang, pero Thor declaró que sería mejor visitar a Freya y tratar de convencerla para que se sacrificara por el bien de todos. Sin embargo, cuando los Ases le contaron a la diosa de la belleza lo que deseaban que hiciera, experimentó tal acceso de cólera que incluso su collar reventó. Ella les contó que nunca abandonaría a su esposo por ningún otro dios, pero mucho menos para desposarse con un detestable gigante y vivir en Jötunheim, donde todo era
extremadamente monótono y donde pronto moriría por la nostalgia de los campos verdes y los prados florecidos, en los que adoraba pasear. Viendo que las persuasivas adicionales serían inútiles, Loki y Thor regresaron a casa y allí deliberaron sobre otro plan para recuperar el martillo.
Por consejo de Heimdall, Thor tomó prestados y se puso los atavíos de Freya, junto a su collar, y se cubrió a sí mismo con un grueso velo. Loki, tras vestirse como una criada, montó con él en su carro tirado por chivos y la extrañamente vestida pareja se dirigió a Jötunheim, donde pretendían desempeñar los papeles respectivos de diosa y asistenta.
Thrym dio la bienvenida a sus invitados en la entrada del palacio, encantado ante la idea de asegurarse la indiscutible posesión de la diosa de la belleza, por la que había suspirado durante tanto tiempo en vano. Les condujo rápidamente hasta la sala de banquetes, donde Thor, la prometida electa, devoró un buey, ocho enormes salmones y todas las tartas y dulces suministradas para las mujeres, regando las diversas viandas
con el contenido de dos barriles de aguamiel.
El gigante prometido observó estas hazañas gastronómicas con asombro, después de lo cual Loki, para tranquilizarle, le susurró confidencialmente al oído que la novia estaba tan enamorada de él que no había sido capaz de probar bocado durante más de ocho días. Thrym intentó entonces besar a su prometida, pero retrocedió horrorizado ante el fuego de su mirada, que Loki explicó como la mirada ardiente del amor. La hermana del gigante que reclamaba los acostumbrados regalos, fue ignorada, por lo que Loki volvió
a susurrarle al perplejo Thrym que el amor volvía a la gente distraída. Embriagado por la pasión y el aguamiel, que también él había bebido en grandes cantidades, el novio ordenó a sus sirvientes que presentaran el martillo sagrado para consagrar el matrimonio cuya ceremonia acababa de iniciarse. Tan pronto como lo trajeron, él mismo lo colocó sobre el pretendido regazo de Freya. Al siguiente momento, una poderosa mano se cerró sobre el corto mango y, pronto, el gigante, su hermana y todos los invitados fueron
muertos por el terrible Thor.
Dejando una pila humeante de ruinas detrás de ellos, los dioses condujeron rápidamente de vuelta hasta Asgard, donde le devolvieron a Freya los atavíos y el collar prestado. Para gran alivio de Thor y los dioses, se regocijaron por haber podido recuperar el precioso martillo. Cuando Odín contempló aquella parte de Jötunheim desde su trono Hlidskialf, vio las ruinas cubiertas por brotes aún verdes, pues Thor, tras derrotar a su enemigo, había hecho toma de posesión de sus tierras, que en lo sucesivo dejarían de permanecer áridas y desoladas para crecer en ellas fruta en abundancia.


Balder, el más Amado.
De Odín y Frigg, se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter y aspecto físico como era posible que lo fueran dos niños. Hodur, dios de la oscuridad, era sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado, la cual se suponía que simbolizaba; mientras que su hermano Balder, el bello, era venerado como el dios puro y radiante de la inocencia y la luz. De su frente blanca y cabellos dorados parecían irradiar rayos de Sol que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era igualmente amado.
El joven Balder alcanzó su mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido muy pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en el palacio de Breidablik, cuyo techo de plata descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada que fuese vulgar o impuro se le permitía su presencia dentro de sus recintos, y allí vivía en perfecta armonía junto a su joven esposa Nanna (flor), la hija de Nip (brote), una bella y encantadora diosa.
El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de las runas, que estaban escritas en su lengua; él conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de las cuales, la camomila, era llamada "la frente de Balder", porque era tan inmaculadamente pura como esa parte de su rostro. La única cosa oculta ante los radiantes ojos de Balder era la percepción de su propio destino.
El Sueño de Balder.
Ya que era tan natural que Balder el hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses comenzaron a darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad invadió su rostro y sus pasos se volvieron pesados y lentos. Odín y Frigg, percatándose del evidente abatimiento de su amado hijo, le rogaron con ternura que les revelara la causa de su tristeza. Balder fue cediendo finalmente a sus anhelantes ruegos, confesó que sus sueños, en vez de ser tranquilos y reparadores como antaño, se habían visto extrañamente alterados por oscuras y opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía recordarlas cuando se despertaba, le perseguían constantemente con una vaga sensación de miedo.
Cuando Odín y Frigg oyeron esto, se sintieron muy desasosegados, aunque prometieron que nada dañaría a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que también ellos se habían visto asaltados por extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer que la vida de Balder estaba seriamente amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el peligro.
Frigg envió a sus sirvientes en todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales, piedras, de hecho, toda cosa animada o inanimada, que pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño alguno a Balder. Toda la creación hizo enseguida su juramento, ya que no existía nada sobre la tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron hasta Frigg,
informándole que todos habían jurado debidamente, excepto el muérdago que crecía sobre el tronco del roble a las puertas del Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa tan inofensiva e insignificante que no había nada que temer.
Frigg reanudó entonces su hilado con gran alegría, ya que estaba segura de que nada podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de todo.
La Profecía de la Vala.
Odín, mientras tanto, había decidido consultar con una de las profetisas o valas muertas. Montado sobre su corcel de ocho patas Sleipnir, cabalgó a través del palpitante puente Bifröst y por el accidentado camino que conduce a Gjallar y la entrada de Niflheim, donde, tras dejar atrás a Helgate y el perro Garm, penetró en la oscura morada de Hel. Odín vio, para su sorpresa, que un festín se estaba preparando en este oscuro reino y que los divanes habían sido cubiertos con tapices y anillos de oro, como si se esperara a algún importante invitado. Pero él siguió corriendo sin descanso, hasta que llegó hasta el lugar donde la vala había descansado sin ser perturbada durante muchos años, tras lo que comenzó a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que tenían el poder de revivir a los muertos.
La tumba se abrió súbitamente y su profetisa se incorporó lentamente, preguntando quién había osado interrumpir su sueño. Odín, que no deseaba que supiera que él era el poderoso padre de dioses y hombres, respondió que era Vegtam, hijo de Valtam, y que la había despertado para informarse sobre el personaje para el que Hel estaba sacando sus divanes y preparando un banquete festivo. Con voz sepulcral, la profetisa confirmó todos sus temores contándole que el invitado al que esperaban era Balder, que estaba
destinado a ser muerto por Hodur, su hermano, el dios ciego de la oscuridad.
A pesar de la evidente reticencia de la vala para seguir hablando, Odín no quedó aún satisfecho y le exigió que le dijera quién vengaría al dios asesinado y daría cuenta de su asesino. La venganza y la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las razas nórdicas. Entonces la profetisa le relató como Rossthiof había ya pronosticado que Rinda, la diosa tierra, tendría un hijo de Odín y que Vali, como se llamaría el niño, no se lavaría el rostro ni se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en Hodur la muerte de Balder.
Una vez hubo dicho esto la reacia vala, Odín preguntó: "¿Quién rehusará llorar la muerte de Balder?". Esta imprudente pregunta demostró un conocimiento del futuro que ningún mortal podía poseer, lo cual le reveló inmediatamente a la vala la indentidad de su visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra más, volvió a hundirse en el silencio de la tumba, declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla
de nuevo hasta que llegara el fin del mundo.
Tras enterarse de los designios de Orlog (destino), que él sabía que no podían ser anulados, volvió a montar en su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que su amado hijo dejara de ser visto en las moradas celestiales, y cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por siempre.
Al entrar en Gladsheim, sin embargo, Odín se vio algo tranquilizado por las noticias, rápidamente comunicadas por Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el Sol habían prometido que no dañarían a Balder y, sintiéndose convencido de que si nada iba a matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando a los dioses y a los hombres con su presencia, dejó a un lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del festín.

Los Juegos de los Dioses.
El campo de recreo de los dioses estaba situado en las verdes llanuras de Ida, y tenía el nombre de Idavold. Allí se trasladaban los dioses cuando estaban de buen humor y su juego favorito era el de lanzar sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad. Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado pasatiempo con entusiasmo redoblado desde que Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la nube que había oprimido
sus espíritus. Sin embargo, cansados al final de este juego, pensaron en idear otro.
Habían averiguado que ningún proyectil podía dañar a Balder, por lo que se entretuvieron lanzándole toda clase de armas, piedras, etc., con la certeza de que no importaba cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no dañarle, errarían su objetivo o caerían cortos de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan fascinante que pronto todos los dioses se congregaron alrededor de Balder, recibiendo cada nuevo fallo en acertarle con prolongadas risas.

La Muerte de Balder.
Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de Frigg, quien se encontraba hilvanando sentada en Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante de su morada, le pidió que se detuviera y que le contara qué estaban haciendo los dioses para provocar tanto jolgorio. La anciana no era otra que Loki disfrazado, quien respondió que los dioses estaban lanzando contra Balder piedras y otros proyectiles, embotados y afilados,
mientras que éste permanecía entre ellos sonriente e ileso, retándoles a que le acertaran.
La diosa sonrió y reanudó su labor, diciendo que era bastante natural que nada pudiera dañar a Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del cual él era su símbolo, y habían jurado solemnemente no dañarle. Loki, la personificación del fuego, se disgustó mucho al oír esto, ya que estaba celoso de Balder, el Sol, que le había eclipsado por completo y era amado por todos, mientras que a él se le temía y se le evitaba todo lo
posible. Pero él ocultó astutamente su irritación y le preguntó a Frigg si estaba segura de que todos los objetos se habían unido al convenio.
Ella respondió orgullosa que había obtenido el solemne juramento de todas las cosas, excepto el de un pequeño e inofensivo parásito, el muérdago, que crecía en el roble cerca de las puertas del Valhalla y era demasiado pequeño e insignificante como para ser temido. Esta información era todo lo que Loki quería saber y, tras despedirse de Frigg, se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del alcance de su vista, recuperó su forma habitual y el muérdago que Frigg había mencionado. Entonces, con sus artes mágicas le confirió al parásito un tamaño y una dureza bastante fuera de lo común. Del tallo de madera así obtenido fabricó diestramente una flecha con la que regresó corriendo hasta Idavold, donde los dioses aún le estaban lanzando proyectiles a Balder, estando mientras tanto únicamente Hodur apoyado tristemente contra un árbol, sin participar en el juego. Loki se aproximó a la ligera hasta el dios ciego y, fingiendo interés, le preguntó a cerca de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le prevenían de participar en el juego. En respuestas a estas afirmaciones, Hodur alegó que sólo su ceguera le impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando Loki puso la flecha de muérdago en su mano y lo guió hacia el centro del círculo, indicándole la dirección de la insólita diana, Hodur disparó su flecha enérgicamente. Pero para su consternación, en vez de las sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de horror atravesó sus oídos, pues Balder el hermoso había caído al suelo, atravesado por el fatal muérdago.
Con terrible preocupación se reunieron los dioses alrededor de su querido compañero, pero su vida había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir al dios Sol caído fueron inútiles. Desconsolados por su pérdida, se volvieron furiosos hacia Hodur, a quien hubieran matado allí mismo de no haber sido refrenados por la ley de los dioses, que impedía que ningún acto deliberado de violencia profanara sus lugares sagrados. El sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez a las diosas hasta el terrible lugar, y cuando Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó vehementemente a los dioses que fueran hasta Niflheim para implorarle a Hel que liberara a su víctima, ya que la tierra no podría existir felizmente sin él.

La Condición por la Liberación de Balder.
En vano le informó Hermod a su hermano que había venido para rescatarlo. Balder negó triste con la cabeza, diciendo que sabía que debía permanecer en su lúgubre morada hasta la llegada del Último Día, pero le imploró a Hermod que se llevara con él a Nanna, pues el hogar de las sombras no era lugar para una criatura tan bella y brillante. Pero cuando Nanna escuchó esta petición, se aferró más al lado de su esposo, jurando que nada lograría separarla de él y que permanecería por siempre a su lado, incluso en Niflheim.
La noche de agotó con la conversación, antes de que Hermod buscara a Hel para implorarle que liberara a Balder. La hosca diosa escuchó en silencio su petición, declarando finalmente que permitiría a su víctima marcharse a condición de que todas las cosas animadas e inanimadas mostraran su pesar por su pérdida derramando lágrimas. Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la Naturaleza lamentaba la pérdida de Balder y seguramente no había nada en toda la creación que fuera a negar el tributo de una lágrima. Por tanto, Hermod salió feliz del oscuro reino de Hel, llevándose con él el anillo Draupnir, que Balder le devolvía a su padre, una alfombra bordada de Nanna a Frigg y un anillo para Fulla.

El Regreso de Hermod.
Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente alrededor de Hermod cuando éste regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los regalos, los Ases enviaron heraldos a todas las partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e inanimadas que lloraran la muerte de Balder.
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los heraldos y a su paso caían las lágrimas de todas las plantas y árboles, por lo que el suelo se vio saturado de humedad y los metales y piedras, a pesar de sus duros corazones, lloraron también.
De camino de vuelta finalmente hacia Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una oscura cueva a un giganta de nombre Thok, que algunos mitólogos supusieron que era Loki disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una lágrima, se burló de los heraldos e, introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva, declaró que ninguna lágrima caería de sus ojos y que a ella poco le importaba que Hel retuviera a su presa por siempre.
Tan pronto como los mensajeros llegaron a Asgard, los dioses se congregaron a su alrededor para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros, iluminados con la alegría de la anticipación, se oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una criatura había rehusado al tributo de las lágrimas, por lo que no podrían tener nunca más a Balder en Asgard.

Vali el Vengador.
Los decretos del destino aún no habían sido del todo consumados, y el acto final de la tragedia será brevemente resumido.
Vali el Vengador, como fue llamado, hijo de Odín y de Rinda, entró en Asgard el día de su nacimiento y aquel mismo día dio muerte a Hodur con una flecha de un haz que al parecer había acarreado para ese propósito. Así, el asesino de Balder, a pesar de que había sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con su sangre, según el código de los verdaderos nórdicos.

El Culto a Balder.
Uno de los más importantes festivales se celebraba en el solsticio de verano, o día de San Juan, en honor a Balder el bondadoso, ya que era considerado el aniversario de su muerte y de su descendencia al inframundo. En ese día, el más largo del año, la gente se congregaba en el exterior, hacía grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las latitudes nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes de volver a elevarse en un nuevo amanecer. Desde el solsticio, los días se iban haciendo gradualmente más cortos y los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el solsticio de invierno, que se conocía como la "noche Madre", ya que era la noche más larga del año. El solsticio de verano, una vez celebrado en honor a Balder, se llama ahora día de San Juan, tras haber suplantado ese santo de la tradición cristiana a Balder.